Al lado izquierdo de la 8. ͣ calle poniente del Centro Histórico hay un pequeño taller de relojes, allí aguarda todos los días un hombre moreno de manos gruesas, pero que tienen el talento para revivir cualquier aparato que dé la hora, su nombre es Virgilio Hernández.
En esos pequeños metros cuadrados habilita todos los días una suerte de hospital para cualquier tipo de reloj que llegue a sus manos, también se da a la tarea de buscarlos y restaurarlos para ponerlos de nuevo a la venta.
Desde luego los más buscados son los relojes de pared, los tiene de todo tipo y formas, nunca uno es igual al otro, y aunque su taller es pequeño alberga cualquier cantidad de modelos disponibles para incentivar la puntualidad.
De pulsera o de pared, análogos o digitales, de batería o de cuerda, de cualquier manera, Virgilio conoce las diminutas partes que los componen, en algunos casos, o la complejidad de varias máquinas en un solo aparato, porque eso es ser relojero para él.
«Ser relojero significa que puede ver cualquier tipo de máquina nueva o antigua, y tener el conocimiento para arreglarla, que es distinto para cada una», explica mientras arregla uno de pulsera con máquina de cuerda.
El diagnóstico comienza por revisar el estado de la batería, allí radica la mayoría de los probl emas sobre todo en los de pared, que por alguna falla de la caja en la que ban colocadas falla y la gente los desecha, explica. Eso sí, tampoco es sencillo repararlos, repite que hay que tener la experticia, incluso, para comprar las baterías.
«Uno lo que ve es la clase de batería, hay algunos que traen varias máquinas y por eso varias baterías, también es de ver la duración, porque en el caso de los de pulsera hay algunas que solo duran 8 días, otras 15 o 30 días», comenta.
En su mesa cuenta con toda clase y tamaños de baterías que varían no solo por su diámetro, sino también por su altura, y en eso radica la variación de su precio; mientras hace la exposición toma un reloj de pulsera, de brazalete delgado y dorado. Con sus dedos gruesos lo destapa con una gran habilidad, describe sus partes: «este es el remontar, la manzana y la máquina, esta es de cuerda», toma una pinza para señalar los diminutos adentros y sin el uso de una lupa logra verlos
Sus herramientas no son muchas, tampoco son pocas, pero las principales son sus ojos y sus manos, que tiene el tacto perfecto para poner, sin ayuda de las pinzas, las agujas segunderas de este pequeño reloj dorado que repara.
Dice que es mucho más hábil con sus dedos que con las pinzas. De manera modesta, también presume de su buena vista que solo requiere de sus lentes regulares para repararlos y no la lupa de relojero, o como él le llama «ojo de pato».
Un taller accesible para todos
Los precios de las reparaciones o restauraciones, según sea el caso, varían. Pero Virgilio asegura que trata de mantenerse al alcance de sus clientes, porque entiende la utilidad de sus servicios.
«Yo reparo todo tipo de reloj, para los de batería y de pulsera me mantengo en precios que van de los $5 y lo más caro $10. Pero para los automáticos por el sistema la reparación ya ronda los $35», comenta.
Los precios de los relojes de pared restaurados que tiene a disposición en su negocio, es de $5 para todos, incluso los que son de tipo cucú.
La variedad de modelos es infinita, los hay con motivos de cocina, para sala, con temáticas de países, de madera o imitación de madera, de hierro, los tiene hasta de oficina, aquellos de antaño en los que a la par del reloj viene un depósito para los lápices y lapiceros.
Virgilio trabaja todos los días en su taller desde las 6 de la mañana hasta las 3 de la tarde, siempre listo y dispuesto a restaurar o reparar cualquier aparato que llegue a sus manos. No hay reto que no acepte. Su trabajo es mantener en buen estado la puntualidad de sus clientes.