Ya de por sí plantear un tópico tan controvertido en su fundamento dialéctico implica una rigurosa introspección interior e intelectual, ya que aprender a descansar en la ocupación no es cosa fácil, y menos cuando el término «descanso» parece una mala palabra en la mente de algunos empresarios y jefes laborales. Si a eso se abona una globalización del cansancio y la explotación del hombre por el hombre, o en palabras del filósofo inglés del siglo XVIII en su libro «Leviatán», de 1651, Thomas Hobbes: «homo homini lupus. El hombre es un lobo para el hombre».
Es preciso determinar que, si bien hay mucho que aportar respecto a la explotación actual del ser humano a manos de otro ser humano, no es el punto por desarrollar en esta temática, sino comprender cómo en medio de la ocupación puede existir el descanso para quien ha elevado su concepción de trabajo como un apostolado. Digna y superior virtud constituyente de quien sabe su puesto en este mundo y no bajo la visión de los poderosos, sino de la divinidad, que pone a cada quien donde mejor puede evolucionar y servir al otro.
Lo expresado con anterioridad hace recordar al maestro de la vida Facundo Cabral, cuando dice: «Un pueblo que trabaja, Dios lo respeta. Pero cuando un pueblo canta, Dios lo ama». Es decir, hacer lo que se debe hacer conforme a lo que se es expone en el mundo de lo trascendente la ubicación exacta del ser humano como posición clara de su arte en la sociedad. Entonces, en ese instante haciendo lo que se debe, aún en el cansancio, es cuando entra el descanso de la mente, del alma, al poder servir y ofrecer la vida en pos de un ideal.
Así pues, no se trata de hacer una apología sobre esperar comprensión de parte del mundo laboral (cosa difícil en América Latina) ante el cansancio de las personas, sino de que cada lector comprenda que aún en su vida ocupada y su cansancio puede tener descanso al aceptar como amor de Dios el trabajo que realiza y, sobre todo, al ofrecer no algo, sino ofrecerse a sí mismo en el trabajo. Vivir de instante a realización en lo que se hace es tener el poder de descansar, aún en el cansancio.
Por lo tanto, con cada acto, con cada esfuerzo, por duro que sea, nunca la mente diga no se puede, hay que recordar que la sugestión no bromea, hará un esfuerzo desmesurado por recordar a cada instante el no puedo y eso solo creará una frustración tal que el cansancio se volverá apatía al trabajo y a la vida. Por supuesto, eso no se puede ni debe permitirse, ya bastante tiene el trabajador latinoamericano con sufrir la explotación como para que también se boicotee así mismo en su ser y hacer.
Al final, es de reconocer tal como decía el maestro de la dualidad, Bhagwan Shree Rajneesh: «El cielo y el paraíso viven dentro de ti. Tú eres tu propio cielo y tu propio infierno». Pues bien, de cada persona depende si se frustra o se eleva, eso determinará el tipo de ser humano que se es y asimismo creará las condiciones para una vida de descanso aún en la ocupación. Aprender a respetar la vida es lo más sagrado que hay en este plano existencial, respetar el trabajo, la ocupación, el cansancio, como la cuna del descanso. Descanso que nace no de la comprensión exterior de la sociedad, sino, ante todo, de la propia in-sistencialidad del ser y hacer, agradecido y trascendiendo en lo que se hace, como ofrenda agradable a la humanidad y al Dios altísimo.
¡Querido lector, que al dar se dé y en ese darse nazca la experiencia de descanso más bella de la vida!