Por muchos años, la palabra «deportista» en el país ha sido sinónimo de vago, no productivo, flojo, alguien que no tiene nada mejor que hacer e, incluso, otras más elevadas de tono.
La palabra deporte, en su calificativo más común, la podíamos relacionar con pérdida de tiempo.
Sin duda, la frustración, que ha formado parte de muchos salvadoreños, fuera y dentro de nuestras fronteras, no ha sido solo vivir con ese calificativo, sino que también ha sido difícil acceder a las prácticas del deporte que apasiona a cada uno de ellos.
Algunos incluso se han atrevido a hablar de mediocridad y criticar a aquellos que, con valentía y sin apoyo óptimo, han decidido enfrentar, contra viento y marea, las adversidades que requiere emprender una «carrera deportiva» y volverse en centro de ataques al no obtener los resultados que, ilógicamente, otros esperaban.
La realidad es que el «sistema deportivo» en nuestro país ha sido pisoteado, desentendido y subvalorado. El deporte no ha tenido realmente el apoyo ni la voluntad para ser fortalecido ni robustecido. Eso ha sido así a pesar de los tantos tratados firmados a escala nacional e internacional y los compromisos que fueron adquiridos tras esas rúbricas.
Todos sabemos los beneficios que el deporte trae a la salud, a la economía, a la seguridad, al desarrollo personal, a la cohesión familiar, a la construcción de identidad, trabajo en equipo, tolerancia, aprender a trabajar para ganar y reconocer las derrotas, entre otras muchas cosas.
Sin embargo, en El Salvador el ente rector del deporte, una institución ligada al Ejecutivo, ha dependido en todo momento de la voluntad política de los gobiernos en otorgarle fuerzas o no. Ha sido maltratado y objeto de poca atención. Y no sabemos si eso solo ha sido por desconocimiento. Es una institución a la que, en vez de robustecer y dar la posición que tiene en otros países, han despojado históricamente de sus activos y limitado a acceder a toda la población a escala nacional.
A este «sistema» tenemos que añadir al comité olímpico de El Salvador, entidad de la cual mucho se espera pero poco se recibe, y de la que incluso se habla poco, y que ha pasado desapercibida por lo menos durante los últimos 14 años.
Distante a sus principales ideales, el comité olímpico dejó de ser el comité colaborador con las autoridades nacionales y municipales del deporte, ausentándose de ser el coordinador de las federaciones deportivas nacionales para exaltar y llevar a la excelencia a sus mejores atletas.
Incluso ahora ha abandonado a la mayoría de esos atletas a su propia suerte.
Otros dirán: «Pero faltan las federaciones». Y yo menciono, sin el afán de defenderlas, sino por el contrario, de hacer una crítica constructiva, y ratifico que hay varias que no demuestran querer lo mejor para sus miembros, y otras a las que he decidido darles el beneficio de la duda. Y es que, ante un sistema sin apoyo, sin respaldo, sin recursos, ¿cómo podríamos exigirles más?
Exigirle a un voluntario desgastado que ha perdido la ilusión de su aspiración inicial… No, no hay sistema ni voluntariado que sea sostenible en el tiempo con estas condiciones. Ni tampoco sistema que funcione con dirigentes con poco o sin intención de trabajar o, peor, con algunos que violan sus propios estatutos o incluso las mismas leyes del país. Por supuesto, hay muchos que se aferran a lo poco, por los privilegios racionados que esta posición aún otorga.
Como en todo lugar, hay personas que no hacen ni dejan hacer, y el deporte está lleno de muchos de esta clase. Pero también hay muchos más que se pueden rescatar. Y solo necesitan que crean en ellos.
De ahí que es necesario seguir mencionando la poca visión y creatividad de administradores deportivos, de la dirección municipal, de los propietarios de equipos y clubes, del mismo sistema educativo que decidió eliminar la Educación Física de los centros escolares y fomentar aún más la división entre lo privado y lo público. Por cierto: ¿a quién se le pudo ocurrir esa barbaridad?
Y aquí el ciclo se reinicia, y prevalece la discusión de quién debería corregirse primero: el Indes, el COES, las municipalidades, los federativos, la empresa privada o los atletas.
Para mí, no hay tiempo que perder. Nuestras condiciones llaman para que el sistema vuelva a creer.