Aunque las ayuda a salir del cascarón, Sofía sabe que las tortugas marinas recién nacidas deben deslizarse solas de la arena al mar. Así sabrán que nacieron en la playa panameña de Punta Chame, y volverán cuando deban reproducirse.
La temporada de eclosión empezó en septiembre y concluirá a finales de año. Sofía Bistrain, de 16 años, es voluntaria del vivero Tortubanks, donde ponen a buen recaudo los nidos de tortuga lora o golfina (Lepidochelys olivacea) que las madres depositan en las costas panameñas bañadas por el Pacífico.
En Punta Chame, un balneario localizado a unos 100 km al norte de Ciudad de Panamá, Sofía cuida de los nidos con su madre, Pilar Crespo, y otros voluntarios.
Desde mediados de año y hasta fines de agosto, las tortugas marinas llegan a Chame para anidar. Un voluntario la divisa y verifica el nido que la madre excavó en la arena y que luego cubrió, antes de volver al mar.
«Si la tortuga pone el nido en un lugar donde no está corriendo peligro, la marea no le va a hacer ningún tipo de daño, se deja completamente in situ y no se toca», explica Sofía.
Si corre peligro se traslada al vivero, una pequeña área cercada a pocos metros de la costa, entre la vegetación tropical, donde replican los nidos con agujeros en la arena para colocar los huevos que luego cubren y señalizan. Dos meses después, nacen las crías.
Protegerlas de depredadores
Sofía y Pilar se unieron a esta labor el año pasado tras el inicio de la pandemia. Su familia hizo el aislamiento en Chame, donde fueron testigos de la llegada de tortugas a la costa.
Este año levantaron un vivero en un terreno de la Universidad Tecnológica de Panamá. Participan también representantes del Ministerio de Ambiente y financistas particulares.
Tortubanks ha reubicado 23 nidos esta temporada, con unos 100 huevos cada uno. Cada nido tiene en la superficie una pequeña tabla con la fecha estimada de eclosión.
«El propósito es crear conciencia y trasladar los nidos para poder protegerlos de los depredadores naturales. Es muy común en el pueblo que las personas vengan en la noche a excavar los nidos para comerse los huevos o venderlos», comenta Pilar, también voluntaria de la organización ambientalista Ocean Soldiers.
La tortuga lora es una especie en «Condición Vulnerable», según la Lista Roja de Especies Amenazadas de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN).
De acuerdo con la ONG Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF), solo una de cada 1.000 llega a adulta. La captura accidental durante la pesca o el acecho humano por sus huevos, carne o caparazón, complican su supervivencia.
«Brújula» de tortuga
Tras extraerlas una a una del nido, Sofía y su madre colocan las tortugas en un recipiente que llevan cuidadosamente a unos 10 metros de la orilla. Instintivamente, las crías apuntan su nariz en dirección al océano.
Voluntarios cercan un pequeño trecho en la costa y lo despejan. Por allí, las pequeñas tortugas se desplazan en masa como si el encantamiento de un flautista de Hamelín las llamara desde las profundidades del mar.
Algunos bañistas preguntan por qué no se les coloca directamente en el mar. Sofía les recuerda que es importante que las recién nacidas toquen la arena primero, como una forma de registro.
Estudios citados por las organizaciones Plastic Oceans y Sea Turtle Conservancy sugieren que, al nacer, las tortugas aprenden la «firma magnética» de su playa natal, sus coordenadas. Así, cuando las hembras lleguen a adultas y sean fecundadas, volverán a desovar al lugar donde nacieron.