El concepto de los caminos comenzó en algún momento indefinido del período Cuaternario de la era Cenozoica, aproximadamente 60,000 años en el pasado, cuando los primeros humanos comenzaron las grandes migraciones a lo largo del mundo. Con el tiempo, las rutas migratorias se establecieron y el paso de la evolución llevó a que los caminos evolucionaran para conectar civilizaciones y regiones distantes.
Una de las frases más importantes reconocidas en este término fue que «todos los caminos conducen a Roma», en un período en el que básicamente era cierto: un imperio de miles de kilómetros de extensión con un centro de poder político y militar del que surgieron las definiciones territoriales de la Europa moderna. Sin embargo, los imperios murieron, los reinos feudales también y el establecimiento de nuevas repúblicas sentaron las bases modernas de las naciones que vemos hoy en día. De todo esto quedaron vestigios y recuerdos y también los caminos.
Estos antiguos senderos sobrevivieron al tiempo y a la historia, son no solo un vestigio de una época pasada, sino también una apropiación y parte de la cultura de los pueblos que nacieron por el tránsito en ellos. En la vida misma esta importancia se presenta como una analogía equivalente a las metas que deseamos alcanzar con ímpetu. Parte de una travesía radica en tener claro un objetivo, un lugar donde llegar; esa llegada concreta y materializa la odisea.
Pero solemos poner tanto ahínco en llegar a la meta que olvidamos algo que es más importante, como dijo el cantautor argentino Fito Páez: «Lo importante no es llegar, lo importante es el camino». A veces empezamos un viaje con un destino definido, una meta en específico, pero el camino se encarga a veces de darnos altibajos, empujones, y otras veces nuevos senderos que recorrer, donde alcanzar metas que cambiaron de rumbo obstaculizan posibles oportunidades que ya están frente a nosotros. Saber apreciar lo que tenemos y hacer de esto una oportunidad es un arte que nace de la necesidad de avanzar, de adaptarse al cambio y seguir adelante, he ahí la importancia de saber andar.
En la actualidad, la frustración y el estrés parecen ser parte de una sociedad que empieza un proceso de adaptación a un mundo que sigue cambiando constantemente y en donde la resiliencia empieza a ser también una constante innata de los seres humanos, dejando atrás a la resignación y abriendo el paso a la aceptación de nuevas posibilidades. Los salvadoreños no estamos exentos de este cambio, en muy poco tiempo hemos vivido cambios radicales y combustiones sociales para ser una nación tan pequeña que, pensándolo detenidamente, nos muestra qué tan grandes y estupendos somos. Una guerra, el paso a la «democracia», el cambio de moneda, una nueva guerra, ser el país más violento del planeta, el inicio del fin de las estructuras terroristas, la COVID-19 y demás.
Le hemos demostrado al mundo, y sobre todo a nosotros mismos, que somos capaces de hacer grandes cosas y que nos falta mucho por hacer; y como dijo el poeta español Antonio Machado: «Caminante no hay camino, se hace camino al andar».
Sigamos adelante con el corazón alzado y la mirada fija en el horizonte.