A pesar del rechazo a la modernidad democrática por parte de España y Portugal, a mediados del siglo XVIII las ideas liberales comenzaron a diseminarse entre sus élites, así como entre las minorías ilustradas de sus posesiones coloniales en América Latina.
Pero esas ideas no eran el resultado natural del desarrollo histórico, social y cultural propio, como en el caso de Estados Unidos y Francia, sino que fueron simplemente tomadas de esos dos modelos. Es decir, fueron «adoptadas pero no adaptadas», como bien señala Octavio Paz.
Esta circunstancia es la raíz de los principales obstáculos con que ha tropezado el largo y complicado esfuerzo latinoamericano por alcanzar la verdadera democracia, y de que aún nos conformemos con una mera retórica tan ampulosa como vacía.
En un ensayo titulado «América Latina y la democracia», Octavio Paz enfocó de manera clara este problema y sus consecuencias: dispersión, inestabilidad política y social, patrimonialismo, militarismo y dictaduras. Vale la pena considerar algunas de sus reflexiones.
Paz anota que en América Latina no existía la tradición intelectual que había modelado a las élites francesas y norteamericanas, como tampoco existían las clases sociales que correspondían a las ideas liberales, pues apenas había clase media y la burguesía no había rebasado la etapa mercantilista.
«Nuestra realidad, como la de España, ha sido el sistema patrimonialista, donde el jefe de Gobierno dirige al Estado como una extensión de su patrimonio particular, como si fuese su casa», dice Octavio Paz.
Luego describe un proceso posindependentista degenerativo:
«Los límites de algunas de las nuevas naciones coincidieron con los de los ejércitos liberadores. El resultado de eso fue la atomización de regiones enteras, como la de América Central y las Antillas.
»Los caudillos de la independencia inventaron países que no eran viables ni en lo político ni en lo económico y que, además, carecían de verdadera fisonomía nacional. Esos países solo han subsistido gracias al azar histórico y a la complicidad entre las oligarquías locales, las dictaduras y el imperialismo.
»La dispersión fue una cara de la medalla; la otra fue la inestabilidad, las guerras civiles y las dictaduras. Una vez conquistada la independencia, el poder económico se concentró en las oligarquías nativas y el poder político en los militares.
»Esas oligarquías, compuestas por latifundistas y comerciantes, habían vivido supeditadas a la autoridad y carecían tanto de experiencia política como de influencia en la población.
»La otra fuerza, la decisiva, era la de los militares. En países sin experiencia democrática, con oligarquías ricas y gobiernos pobres, la lucha entre las facciones políticas desemboca fatalmente en la violencia. La guerra civil endémica produjo el militarismo, y el militarismo produjo las dictaduras».
Además, los países latinoamericanos imitaron las constituciones republicanas y democráticas de Estados Unidos y Francia. Pero allá esas constituciones cambiaron realmente la vida de esos pueblos, y aquí el cambio se quedó en el papel: «Se cambiaron las leyes pero no las realidades sociales», dice Paz.
Al examinar el caso salvadoreño, veremos que en Centroamérica ocurrió ese mismo proceso degenerativo: pugnas entre facciones liberales y conservadoras (rojos y azules: preizquierda y prederecha), guerras civiles, militarismo y dictaduras.