El cuello de botella es inoportuno: a principios de otoño, los agricultores trabajan a toda máquina para cosechar soja y maíz. Con el transporte fluvial limitado, se apresuran a hacer frente a la acumulación masiva de existencias.
El temor predominante es que la crisis del agua se convierta en la nueva normalidad.
El año pasado se batió un récord que se mantenía desde 1988. Volvió a batirse en septiembre, y de nuevo en octubre.
La sequía que comenzó el año pasado en la vasta cuenca del Misisipi «se prolongó hasta este año, y ha empeorado», declaró a la AFP Anna Wolverton, especialista del Servicio Meteorológico Nacional.
«No es normal que veamos esto en años consecutivos».
El caudal del río se ha debilitado tanto que, en el sur de Luisiana, el agua salada del Golfo de México ha invadido la zona y contaminado el agua potable de algunas poblaciones, lo que ha obligado a sus habitantes a recurrir al agua embotellada.
Sarah Girdner, hidróloga del Cuerpo de Ingenieros del Ejército, explicó a la AFP que en los alrededores de Memphis los medidores que controlan la profundidad del Misisipi se han quedado secos por el retroceso de las aguas.
Cuando se le preguntó qué explicaba estas condiciones, respondió: «No usamos necesariamente el término ‘cambio climático’, porque la causalidad va unida a eso, pero sí sabemos que los patrones meteorológicos están cambiando».
En 50 años trabajando en el Misisipi, Pete Ciaramitaro ha visto los cambios. Pero lo que este director de operaciones fluviales de la naviera Southern Devall no había visto es dos otoños consecutivos con tan poca agua.
De la docena de profesionales entrevistados por AFP, Ciaramitaro fue el único que relacionó explícitamente la sequía con el cambio climático, un término políticamente delicado en Estados Unidos.
«Si alguien tiene una explicación mejor, me encantaría oírla», dijo. «Pero es la única que se me ocurre: el cambio climático».