«Nada hay más difícil que la originalidad. Ramón Gómez de la Serna, en las calles de París, comiendo huevos de tortuga sobre el lomo de un elefante, no pasó de ser un espectáculo ridículo para el gusto refinado de los franceses. En cambio, cuando M. K. Gandhi hizo su aparición en el parlamento británico sin más vestido de etiqueta que su blanco bombacho almidonado, escribió sin el menor esfuerzo una página en la historia de la originalidad. La diferencia consistió en que Ramón, rimbombante y aparatoso, puso en práctica la más inservible de sus greguerías, en tanto que Gandhi no hizo nada de particular.
»No basta con hacer originalidades, sino que es indispensable ser original. Se requiere, asimismo, que no haya premeditación, elaboración previa de los propósitos».
Los anteriores párrafos fueron escritos por el nobel de Literatura colombiano Gabriel García Márquez en su columna para «El Universal» el 6 de junio de 1948. Casi ocho décadas después, la originalidad sigue siendo un espécimen extraño, mayormente en la clase política latinoamericana, que se ha movido en los extremos y el «statu quo» de izquierdas y derechas, liberales y conservadores, capitalismo y comunismo, o cualquier otra dualidad que pueda ocurrirse como blanco y negro, o bueno y malo.
Por eso los estamentos políticos latinoamericanos —y varios del norte— no saben descifrar lo que está ocurriendo en nuestra pequeña patria centroamericana, en la que de la nada un joven presidente, utilizando una gorra hacia atrás, delgado y sonriente, que habla sin palabras rebuscadas, ha puesto a El Salvador en la palestra mundial, unos para criticarlo desde sus altas y lujosas oficinas en las redacciones de periódicos internacionales y otros —la gente común— para admirarlo y preguntarse cuál ha sido la fórmula mágica para resolver los problemas más latentes de los salvadoreños.
En Chile, Perú, Ecuador, España, Argentina, Colombia y muchos otros países —incluido Estados Unidos—, la gente pide tener su propio Bukele para que llegue a transformar la política desfasada, sucia y obsoleta que ha predominado en sus sociedades a lo largo de los años; «Ukalele», decía una señora en Chile hace algunos meses, queriendo demostrar su apoyo al presidente salvadoreño.
Por eso no resulta extraño que quienes aún están bajo la cobertura de esos paradigmas ideológicos obsoletos de izquierdas y derechas se quieran colgar de la originalidad de este nuevo presidente para decir que solo es marketing, o solo es fama en las redes sociales.
Pues resulta que ahora todos los políticos de otras latitudes tienen la fórmula mágica para bajar homicidios, todos quieren dar clases y armar foros para enseñarles a los demás «cómo hacer las cosas». Sin embargo, como salvadoreño me atrevo a asegurar que ningún Boric, Ortega o Petro habría podido resolver el problema de la seguridad en El Salvador. El escepticismo hace dos años seguramente incluiría a todos nuestros compatriotas que viven en las comunidades donde tenían que pagar una cora para entrar a sus casas, y hoy se respira paz y tranquilidad. Simplemente era algo IMPOSIBLE, así, en letras mayúsculas.
Hoy, con la tasa de homicidios más baja de Latinoamérica y con los niveles de popularidad más altos para las figuras públicas por parte de Bukele, todos quieren decir que ellos hubiesen hecho lo mismo, que ellos tenían la solución a los problemas de El Salvador y de toda Latinoamérica. Y aquellas frases inmortales resuenan nuevamente, después de haber sido escritas por Gabo: «No basta con hacer originalidades, es indispensable ser original».