El matrimonio en secreto había sido consumado. El banquete fue servido. El apretón de manos de los padrinos y los testigos fue acompañado de sonrisas maliciosas. Nada saldría mal para los pocos invitados, pues no hubo quien levantara la mano para impedir la boda.
Los casados mantendrían su relación en un ambiente sin aspavientos, pero bien calculado para su duración. Las discusiones públicas de pareja eran engañosas, para que nadie sospechara del acuerdo perverso.
Los ingresos onerosos serían repartidos sin importar quien gobernara la casa, en una alternabilidad parsimoniosa.
Años pasaron sin que nadie dijera nada. Fue como si una neblina de complicidad arropara la situación. En el pueblo se escuchaban lamentos, sin que esto provocara cambio alguno, como si la resignación fuera la madre de una situación aceptada como normal.
La sangre de los desprotegidos, el hambre de alimentación, salud y educación eran los gritos de un silencio pasmoso de las familias. Nada conmovió a los casados por tres décadas, pues su mesa se mantenía repleta y segura con los manjares despojados de los necesitados. Como niños «pijo» se deleitaron con los placeres, las mansiones y los carros de lujo.
El silencio de los inocentes fue interrumpido por un valiente que apareció con estruendo, un desconocido con armadura de hierro que desafió a la pareja de casados, a sus padrinos de boda oriundos y foráneos. Les espetó su engaño conyugal hacia el pueblo.
Los que nunca fueron invitados a la boda sacudieron sus cabezas y vieron la luz de esperanza para salir del cobarde y tenebroso sistema al que fueron sometidos. Una oportunidad había para liberarse de una esclavitud de sangre, de saqueos, de enfermedades.
Sin pensarlo dos veces, los no invitados, que eran la gran mayoría, alzaron su voz. Gritaron su anhelo de tener paz, esperanza, oportunidades, posibilidades ante el desconcierto de los casados, de los ladrones y asesinos.
El fingimiento, virtud de los hipócritas, había quedado al descubierto. El matrimonio pensó que sería algo pasajero y se propuso recuperar lo perdido, sin importar lo que tuviera que hacer para lograrlo y ahora sí presentándose públicamente como lo que siempre fue: pareja.
La miel se convirtió en hiel. La esquizofrenia se apoderó de sus vidas. Como «pepesca en agonía» salieron al mundo a gritar su infortunio y a pedir ayuda. Usaron sus armas más poderosas, la lengua y la pluma, engañaron a muchos que se unieron a sus desesperados gritos. Las falsedades y las calumnias fueron presentadas como verdades, escritas por escribanos pordioseros del poder que son capaces de vender su alma al demonio y gritar «¡dictador!».
La bestia política recibió el flechazo del arquero más poderoso que existe en la vida: el pueblo. Ese jugador formidable que fue sometido a un sistema carcelario de sueños y anhelos, pero que despertó de su letargo y cobijó al valiente.
Ahora, a tres años de la herida mortal del matrimonio de perversos, ladrones y asesinos, el pueblo ratifica que su acción fue la mejor decisión que tomó para sus familias, sus amigos y vecinos.
El valiente ahora los representa con gallardía, con firmeza y con inteligencia. Ese que el 1.º de junio señaló la esquina de izquierdosos y derechistas que consumaron su matrimonio en secreto en 1992, y confirmó que El Salvador no será más la finca de los corruptos homicidas, mientras empuña la espada de la justicia del descalzo ante el desconcierto de los hipócritas que aún no entienden qué pasa.
Dios bendiga a nuestra patria. Dios guíe a nuestro líder; 2024 a la vuelta de la esquina.