(Análisis ontológico sobre los males que aquejan a las personas buenas)
A menudo se escucha el proverbio popular «a los buenos les va mal». Ciertamente es un gran misterio de la vida esta realidad palpable continuamente, tanto desde lo cotidiano como desde lo filosófico, lo teológico, etcétera; sin embargo, no se pretende resolver la incógnita, pero sí dar ciertos elementos que pueden ayudar a develar y sobrellevar la circunstancia adversa a todas esas personas buenas y que a veces sufren esta situación.
Si bien es cierto que la vida ha mostrado el mal agradecimiento de la sociedad a las personas buenas, amables, cordiales, serviciales, de ideales y corazón noble, también es cierto que quien honestamente es lo anterior, aunque a veces sufra el mal agradecimiento, normalmente se mantiene dispuesto siempre a seguir siéndolo, pues sabe que es su propia naturaleza y comprende la naturaleza inicua de los demás.
De tal suerte que, aunque la persona buena es a veces tratada mal por quienes ha tratado bien, su misma esencia le hace seguir adelante, ya que ha llegado a comprender que siendo luz para los demás su ser termina apagado por dar luz, como vela para todos. Esto anterior se visualiza y reconoce desde la visión agraciada del gran filósofo griego Eurípides: «En la bondad hay todo tipo de sabiduría».
Es más, la bondad da sabiduría y paz al alma. Esa paz que tanto busca el ser humano y por lo que se desgasta la vida logrando bienes materiales, riqueza, poder, éxito y demás, que nunca satisface por completo, ya que solo la paz satisface plenamente el ser de un individuo. Por supuesto, lo anterior es bueno en la medida de la prudencia y el buen uso, pero más como medio que como fin para la vida.
Irónicamente, mientras más se es bueno más sirve de burla y de incomprensión el sujeto por las grandes mayorías que ven como debilidad o ideales de locura anteponer la satisfacción personal por el de otro (filosofía metida hasta el tuétano en el mundo contemporáneo). Aun así, solo el que se forma para servir sabe que vale la pena el desgaste, si es para el logro del gran ideal, una sociedad humanizada y éticamente comprometida.
Por tanto, junto con Friedrich Nietzsche se puede decir: «Se llama bueno al que quiere ser siempre el primero, pero también al que no quiere sobresalir en detrimento de nadie». Este equilibrio expuesto por el profeta del posmodernismo es básico para una vida sensata; sobresalir sí, pero no a costa de nadie; como aquella serpiente que quería comerse a la luciérnaga solo porque esta tenía su propia luz.
Es así como en la cultura plástica actual en la que un rostro «bello» es motivo de admiración, para un hombre/mujer buena el corazón noble debería ser motivo de apreciación, admiración y regocijo para él y para la sociedad en general. Claro, este es el gran problema planteado en esta columna, como a los buenos les va mal y pareciera que a los malos, deshonestos, hipócritas y demás aparentemente les va bien.
Así pues, querido lector, comprenda algo desde mi humilde opinión: el fruto será devorado, pero su naturaleza es esa, dar vida a través de su atributo; por tanto, solo la persona que está dispuesta a hacer algo por este mundo es capaz de desgastarse por el bien de los demás. Sé que a simple vista no valdría la pena, pero si vivimos por algo superior a nosotros mismos, entonces el ideal de ser vela que se consume por los demás vale más que la pena; por ello, los santos, los héroes y los buenos son necesarios para la humanidad, aun si ella misma no les da su lugar.
¡«Candela consumpta lucere»! ¡Vela consumida para dar luz!