Estas maravillosas edificaciones de la Edad Media, al contemplarlas y recorrerlas, no con el ojo inculto del turista de «tours», sino con la mirada pura y llena de asombro de un niño-adulto, culturalmente hablando, nos deslumbra lo que en su lenguaje silencioso y milenario nos comunican estas piedras sagradas a través de una verdad análoga, positiva y científica, como nos lo proporcionan las pirámides egipcias, los templos griegos, las catacumbas romanas, los templos mayas e incas.
«La lengua de piedra que habla en este arte nuevo», dice J. F. Goles, «es a la vez clara y sublime. Por esto habla al alma de los humildes, como a la de lo más cultos».
La catedral gótica también es un santuario de la ciencia, del arte y la tradición y no solamente como obra dedicada a la gloria cristiana. Esta concreción de ideas y fe populares nos da a conocer el pensamiento de nuestros antepasados en todos los campos, tanto religioso, laico, filosófico, político, social y científico; por eso no me extrañaron los sentimientos que despertaron en mi alma las edificaciones y vivir los espacios en Machu Pichu, que por momentos fueron análogos a los que experimenté en Amiens.
En las catedrales góticas se celebraban no solo oficios religiosos, sino también otras convenciones del gusto del pueblo, como la fiesta de los locos o de los sabios, kermeses herméticas, junto con su papa y sus dignatarios sometidos a la autoridad de una ciencia disfrazada. La fiesta de los locos, con su carroza del triunfo de Baco tirada por un centauro varón y un centauro hembra desnudos, acompañados del gran Pan, era un carnaval obsceno bajo las sagradas naves ojivales. Náyades y ninfas desnudas del olimpo en una bacanal alucinante. Ahí también se celebraban asambleas políticas al mando del obispo, no por el presidente; se comerciaban los cereales y el granero, cotizaban los tejidos y también se acudía a rezar, confesarse y pedir perdón a Dios. Ahí aceptaba el sacerdote la celebración de la fiesta del asno.
La catedral fue también refugio hospitalario, donde se aliviaban enfermos pobres, quienes permanecían hasta su curación completa. Sesionaba la Facultad de Medicina de la universidad para sentirse independiente. Fue también asilo para perseguidos y sepulcro de personalidades. Ciudad dentro de una ciudad. Además, por su ornato, temas y escenas en vitrales aparece como una enciclopedia ingenua, noble y siempre viva de todo el conocimiento medieval. Sus piedras educadoras representaban y contenían el arte y la ciencia escapada de los laboratorios, y los monasterios encontraron un nuevo hábitat en los campanarios, pináculos, arbotantes, arcos, bóvedas y nichos, incluso en sus cimientos en busca de libertad y expresión. «Pobres aquellos», decía Fulcanelli, «que no admiran por ignorancia o negligencia cultural, la arquitectura gótica, quedando como desheredados del corazón».
En fin, la cultura, como el reino de los cielos, no es para todos, porque, al igual que en el evangelio, no todos los apóstoles la predican ni la practican.