Desde la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos se las arregló para hacer de su moneda la moneda planetaria, sin haber sido el ganador real de la guerra ni el factor decisivo de la derrota del nazismo en Europa. El dólar se convirtió en la moneda de todos y para todos, y Estados Unidos en la fábrica de esa moneda, lo que le permitió el control de los mercados, de las economías planetarias, y pudo imponer su voluntad e intereses, tanto a los países europeos, que funcionaban como sus satélites directos, como al resto de países del planeta.
Cuando vino la descolonización de los países africanos, los estadounidenses sustituyeron a los colonizadores europeos e impusieron sus capitales, usufructuando las riquezas, minerales, forestales, marinas, de países africanos, asiáticos y latinoamericanos. Sus aliados europeos hacían lo mismo.
Cuando se derrumbó la Unión Soviética a inicios de la década de los noventa del siglo pasado, Rusia fue el mayor botín del que el mundo capitalista planetario pudo disponer. Este fue el momento de mayor usufructo de los inmensos recursos de un inmenso país.
Todo este proceso de saqueo y piratería del capitalismo occidental empieza a terminar cuando Putin llega a la dirección del gobierno de Rusia en 2000. A estas alturas, los gobernantes rusos parecían pensar que era posible tomar acuerdo con Occidente y que era necesario tomar acuerdos con China, al Oriente. Se inicia así un proceso histórico dentro del cual Rusia, de 17 millones de kilómetros de extensión, ensanchaba y fortalecía sus relaciones con Occidente, pero al mismo tiempo desarrollaba todo tipo de vínculos estratégicos con China. Europa siempre ha considerado al Oriente como territorios inferiores, pero con riquezas de las que es necesario disponer.
Cuando hablamos de Occidente nos estamos refiriendo a Europa, Estados Unidos, Canadá, Australia y Nueva Zelanda. Es un término civilizacional que se refiere a un mundo que se considera heredero directo de la civilización griega y romana. En tanto que Oriente es el mundo constituido por Rusia, China, la India, Irán, el mundo árabe, Corea. Mientras que Japón se constituye y actúa, hasta ahora, como un brazo de Occidente en Oriente.
En este diseño, nosotros, latinoamericanos, que no somos ni de Occidente ni del Oriente, nos movemos en el mundo de la periferia en el que hemos estado desde las épocas de la civilización azteca y antes, de la civilización maya, luego de la civilización de los invasores y colonizadores españoles, luego los ingleses, después los gringos hasta nuestros tiempos, en donde buscamos una ubicación que se corresponda con los intereses de un país sin petróleo, sin gas, ni diamantes, pero con una población laboriosa e inteligente.
Occidente siempre ha ambicionado las riquezas del Oriente. En la «Ilíada», la obra clásica de Homero, Troya, la rica ciudad del Oriente, que controlaba el tráfico mercantil hacia el mar del Ponto (mar Negro), es destruida por una alianza militar del Occidente.
Esta confrontación entre Occidente y Oriente se perpetúa en la historia, y aunque los más decisivos conocimientos científicos y técnicos aparecieran en el Oriente es Europa que los aplica y los usufructúa en su comercio. El Oriente permaneció como una fuente inagotable de conocimientos y como el depósito de las mayores concentraciones de todo tipo de riquezas de las que Europa carece y necesita.
En este escenario histórico, la Rusia de Putin buscó el acuerdo con una Europa que pareció abrir sus puertas al capital, a la industria y a la tecnología rusa; pero, sin embargo, Europa siempre tuvo temor al poderío ruso y nunca estuvo dispuesta a tratar a Rusia como un socio comercial e industrial. Mucho menos cuando diariamente parecía evidente que las relaciones entre Rusia y China alcanzaban niveles estratégicos y ambos países compartían visiones similares frente al mercado planetario, la economía y la geopolítica. Así, se avanzó en la necesidad de la economía planetaria de librarse de la coyunda férrea del dólar y del mundo unipolar del que Estados Unidos tenía la primera y la última palabra. En este marco, se han construido relaciones diferentes de Rusia y China con países latinoamericanos, africanos, asiáticos y también europeos, y se ha sustituido el tradicional pillaje de Occidente por relaciones económicas de respeto y de beneficio mutuo.
Paralelamente, Rusia y China han construido relaciones comerciales con Occidente en un proceso que parecía indicar que tanto Oriente como Occidente podían compartir un mercado capitalista planetario, como socios normales en los negocios. Sin embargo, este intercambio capitalista no expresaba ni la visión política ni los intereses reales de un Occidente prepotente y convencido de que la parte oriental le pertenece y cuyas riquezas deben, por designio de sus dioses, iluminar las bóvedas de los bancos occidentales.
Esta visión insuperable es la que llevó a Estados Unidos y a Europa a sabotear toda posibilidad de que Taiwán retorne a ser una parte integral del territorio de China y que Ucrania dejara de ser el hogar tradicional de rusos y ucranianos y se convirtiera en una daga fascista apuntando al corazón de Rusia.