Que Rescatando al soldado Ryan haya perdido el Oscar a la mejor película en 1999 todavía duele. Es un sentimiento compartido por muchos, y no solo por la decepción que experimentamos cuando Shakespeare apasionado se llevó a casa el gran premio de esa noche. Después de todo, ha habido muchas sorpresas antes y después. Pero cuando se trata de la epopeya seminal de la Segunda Guerra Mundial de Steven Spielberg perdiendo ante una comedia romántica, nunca antes hubo una sorpresa tan fundamentalmente inesperada; pero claro, nunca antes un éxito de estudio, celebrado con el estatus de favorito, se había topado con las maquinaciones políticas de Harvey Weinstein.
Estrenada en 1998, Rescatando al Soldado Ryan impactó a la audiencia con un intenso compromiso con el realismo y la autenticidad, a través de representaciones brutales y poco sentimentales de la violencia. La secuencia de apertura, centrada en el desembarco del Día D, evocó un horror tan visceral que pronto cambiaría la forma en que se filmaban las películas de guerra. La película fue un gran éxito de taquilla y había pocas dudas entre los espectadores regulares de los Oscar de que Spielberg tenía asegurado otro Oscar a Mejor Película.
En la noche de la premiación, Spielberg recogió el Oscar al Mejor Director, mientras que Shakespeare apasionado dejó al público sorprendido al llevarse el premio principal, junto a otros seis, como el de Mejor Actriz, Mejor Actriz de Reparto y Mejor Guion Original.
Shakespeare apasionado es una película entretenida, esencialmente una comedia dramática sobre cómo el Bardo tuvo la idea de Romeo y Julieta. Inserta el humor de Hollywood en un entorno isabelino al tiempo que ofrece un romance entre el viejo Will y su Julieta personal. Puede ser una película dulce, pero hasta 1998, no era el tipo de película que ganaba como Mejor Película, no obstante, era el «caballo ganador» de su productor Harvey Weinstein, quien, antes de convertirse en la figura notoriamente caída en desgracia de nuestra era posterior a #MeToo, gobernaba Hollywood con gran impunidad.
El salón del trono de Weinstein era el escenario de los Oscar. Su método era sencillo: hacer de la acumulación de Oscars la pieza central de su estrategia de lanzamiento, generando prestigio y atención a partir de los premios ganados, transformándolos en dólares de taquilla. Pero cuando la comedia se proyectó por primera vez para los votantes de la Academia en diciembre de 1998, tuvo una recepción fría, lo que indicaba que la película tendría poco impacto en la carrera por los Oscar del año. La posterior campaña de Weinstein para posicionar la película se convertiría en la «obra maestra» del matón.
Antes de Shakespeare, las campañas al premio eran generalmente un asunto cordial y de viejos amigos. Habría proyecciones para los votantes de la Academia y promociones en los periódicos «Para su consideración». Sin embargo, Weinstein inventó la implacable campaña de lobby de meses de duración que finaliza en febrero, pero puede comenzar en septiembre. Después de Shakespeare apasionado, si una película tenía pretensiones de obtener un Oscar, se convirtió en una obligación aparecer en las proyecciones, participar en innumerables sesiones de preguntas y respuestas y celebrar fiestas con los votantes de los premios.
En 1999, por supuesto, hubo cierta resistencia a este estilo de charlatanería descarada. El principal de los escépticos fue Spielberg, una leyenda de Hollywood que no sentía la necesidad de mendigar trofeos. Mientras tanto, Miramax comenzó una campaña de susurros diciendo que todo lo bueno de Ryan ocurría dentro de los primeros 20 minutos, y que el resto era una tontería sentimental. Funcionó.
El proceso redefinió el concepto de una «Película de Oscar»: ahora tienen un presupuesto más pequeño, son menos vistas y, a menudo, tienen luz verde tomando en cuenta (si es que no están escritas para) los gustos preconcebidos de los votantes de la Academia. Shakespeare venciendo a Ryan fue el punto de inflexión que implementó un cambio radical en la forma de hacer películas para los estudios. Aunque afortunadamente Weinstein se ha ido, las crudas lecciones aprendidas por Shakespeare en la victoria sobre Ryan no lo están.
Junto con los intereses de los estudios corporativos que se apoyan cada vez más en los éxitos de taquilla que se basan en franquicias, este sistema ha creado un entorno en el que las películas de los Oscar suelen ser estrenos limitados poco vistos, y las películas populares convencionales están más preocupadas por los superpoderes que por el prestigio. Si bien el tipo de películas nominadas a Mejor Película parece estar cambiando gradualmente, permanece intacta la creencia generalmente aceptada de que las películas populares y de los Oscar son mutuamente excluyentes.
En otras palabras, los grandes estudios ya rara vez hacen películas como Rescatando al soldado Ryan, y, por otro lado, las películas que generan mucho dinero tampoco terminarán en las listas de «Mejores del año». Pero incluso cuando hay excepciones a la regla, y los estudios permiten que los autores hagan un Dunkirk o un 1917, los cineastas seguirán pasando meses haciendo lobby de sus películas buscando la atención de los votantes, lo que Spielberg alguna vez llamó «el barro».