La historia de El Salvador es rica en altibajos, sobre todo por lo conflictivo que desde siempre ha sido nuestro pequeño país, hablando en términos puramente territoriales, pero gigante en sueños y decisiones.
Esta cualidad se pone de manifiesto, por ejemplo, en el accionar de nuestra diáspora, pues en cada lugar o país al que llega es ejemplo a seguir por su amor al trabajo.
Me atreveré a hacer un breve análisis sobre la historia reciente de nuestro país, estableciendo una ruptura histórica desde el período del denominado desarrollismo hasta la actualidad, para que notemos cuánto ha cambiado nuestro país.
En los años sesenta, época cuando el país entra en una dinámica importante de su desarrollo económico, tecnológico, conllevó una mejora en la calidad de vida de sus habitantes.
Es en esta etapa cuando se comienza a sustituir un modelo basado únicamente en la producción de café, azúcar y algodón, aparte de lo tradicional; es decir, la producción de granos básicos, principalmente maíz y frijol.
En este período se logra la tecnificación agrícola por medio de la formación de profesionales en la Escuela Nacional de Agricultura (ENA), fundada en 1956. Quién no recuerda con nostalgia la que conocimos como la 600, ubicada en el famoso valle de Zapotitán, lugar donde se desarrolló la agricultura.
Además, en esos años se crea la primera zona franca, dado el auge y la apertura de querer invertir en nuestro país por inversionistas locales y extranjeros.
Al mismo tiempo se reforma el sistema educativo, pues por primera vez se hace uso de la Televisión Cultural Educativa, léase Televisión Nacional, para cualificar el proceso de enseñanza-aprendizaje. Se funda el ITCA en 1969, como producto de esa reforma educativa cuyo objetivo era formar técnicamente a los salvadoreños para integrarlos al nuevo proceso de industrialización.
La época a la que se hace referencia permitió a nuestro país ser considerado como «la Suiza de Centroamérica», por sus logros en todas las áreas y dimensiones.
La década de los años sesenta culmina con un triunfo militar sobre Honduras en la denominada guerra de las 100 horas, otros le llaman la guerra del fútbol, pues en nuestro país, a pesar y como peyorativamente nos decía la prensa mexicana, jugábamos con una pelota cuadrada. Sin embargo, llegamos a nuestro primer mundial en México 1970.
Hasta acá las cosas pintaban bien; no obstante, ese mismo desarrollo generó descontentos y de manera clandestina, a principios de los años setenta, se comenzó a gestar movimientos guerrilleros de izquierda, alentados por los efectos de una Guerra Fría que estaba en su auge y fue cuando Estados Unidos nos consideró «el patio trasero», pues en su doctrina de la seguridad nacional buscaba a toda costa la no expansión del comunismo, cosa que ya se había dado en Cuba, en 1959.
El país comenzó a entrar en una dinámica de militarización del aparato estatal, de represión generalizada, y fue así como a inicios de los años ochenta entramos a lo que conocemos como la década perdida, marcada por un esquema de guerra de guerrillas y una lucha popular prolongada.
La Universidad de El Salvador fue violentada por esas administraciones, cerrada e intervenida por la Fuerza Armada, en ese esquema vivimos hasta 1992, cuando se finaliza dicho conflicto armado suscitado entre las guerrillas del entonces FMLN (el histórico) y la Fuerza Armada, acompañada por los gobiernos del PDC y de ARENA.
Desde la culminación del conflicto armado nuestro país entra en una nueva dinámica del funcionamiento de la economía y el programa de ajuste estructural. La globalización de la economía y el nuevo capitalismo o economía social de mercado.
Esto marca los procesos de privatización de los servicios estatales, entre estos, la telefonía y las pensiones, por mencionar algunos casos. Pero sobre todo, germinando en el interior de los gobiernos de ARENA al principio y luego del FMLN el cáncer de la corrupción.
Acá se da la mala práctica de comprar la gobernabilidad, de los maletines negros y de los sobresueldos, acciones que ya se contabilizan en casos judicializados, salpicando a ARENA y al FMLN, que se les considera los padrinos fundadores de la corrupción gubernamental.
En 2019 nuestro país entra en una nueva dinámica, con un presidente joven, revolucionario, capaz y sobre todo atrevido, apostándole a la estabilidad y al desarrollo del país. Soy de los que creen que si uno no se arriesga nunca sabrá si es capaz de ganar o perder.
Lo cierto es que El Salvador con este nuevo gobierno, acompañado por la nueva Asamblea Legislativa y muy a pesar de contar en ese entonces con una oposición torpe, ciega y sorda, se inició a pocos meses con la negativa de préstamos para darle seguridad al pueblo salvadoreño, y de allí nace el mito de que estábamos entrando en una dictadura, canción que solo la oposición ya mencionada cree.
Luego vino la pandemia y ese fenómeno mundial, que puso de rodillas a países desarrollados, a El Salvador le sirvió para demostrar cuán grande y atrevidos somos y se comienza con la llamada cuarentena o confinamiento de la población.
En simultáneo, el Gobierno reconstruía y equipaba nuestros hospitales y clínicas, pero sobre todo el Hospital El Salvador, para pacientes con la COVID-19, con hasta 1,000 camas en la uci; asignó fondos estatales a familias vulnerables, por $300; entregó casa por casa a escala nacional, en zonas urbanas, rurales y urbano-marginales, paquetes de alimentos en tres o cuatro ocasiones.
El Gobierno de El Salvador fue uno de los primeros en obtener lotes de vacunas contra la COVID-19. Además, se tecnificaba a los cerca de 50,000 docentes y a 1,300,000 estudiantes, a ambos también se les hace entrega de computadoras para continuar su formación académica.
Nuestro país, con un carácter resiliente, aprovecha esa coyuntura de la pandemia para demostrar a propios y extraños que se puede salir adelante a pesar de las adversidades y no quedándose con esos logros igual impulsa el denominado Plan Control Territorial, que transformó a nuestro país de ser uno de los más violentos del mundo en épocas de ARENA y FMLN a ser uno con cero homicidios.
La actitud previsora del presidente Bukele y el manejo acertado de lo que representaron los efectos adversos de la pandemia, por lo que significaba ser un país de renta media baja, logra por primera vez tener un crecimiento económico de más del 10 %, cifra récord que tiene a la base la dinamización de la economía, producto de la inversión social en infraestructura a escala nacional y el ser reconocido a escala mundial en legalizar el uso de una criptomoneda, conocida como bitcóin, la cual pone a los opositores a buscar cualquier elemento que desacredite la acertada decisión del Gobierno en esta área.
Llegando a abril de 2022, el Gobierno nuevamente nos sorprende, pues debido al excelente manejo de todos los elementos sanitarios para contener y erradicar la pandemia por la COVID-19, se nos anuncia por medio del ministro de Salud que el uso de la mascarilla es opcional, debido a que los contagios son casi inexistentes. Somos el primer país latinoamericano que declaramos mínimos contagios, lo cual se debe a la campaña permanente del Gobierno orientando a la población a hacer uso de los elementos de desinfección, pero sobre todo porque el esquema de vacunación ya en una cuarta dosis ha sido efectivo.
En conclusión, desde 2019 El Salvador entra en una nueva dinámica de desarrollo real, en una dinámica de seguridad pública sin precedentes, donde la educación rompe paradigmas y se perfila a la reducción de la brecha digital y a elevar sus niveles de calidad y cobertura educativa, ser reconocido a escala mundial como un país pequeño, resiliente, pero sobre todo un ejemplo para los demás países.
El Pequeño Gigante de América despertó y camina rumbo a una verdadera independencia, rumbo a una economía sostenible y, sobre todo, a mejorar la calidad de vida de cada salvadoreño.