Con el último verso del poemario, el escritor y fotógrafo, René Figueroa, decide bautizar y presentar su nuevo libro: «Por siempre viernes». El poemario comprendido por 22 poemas acerca a los lectores a una condición y rompe tabúes sobre la misma: la esquizofrenia.
Lejos del romanticismo, los versos de René en su nuevo poemario son escritos en primera persona, y esa persona tiene una condición, una enfermedad mental que, como muchas otras, pasa por el estigma de una sociedad que no las comprende o que las quiere ver de lejos.
En cada poema, René se sumerge en esa condición que sufren muchas personas y busca que cada línea por la que pasa el lector la escuche, la lea como si de él mismo saliera. Su acercamiento a la esquizofrenia surgió de una experiencia personal con alguien que vivió la enfermedad mental y sufrió sus tabúes.
A partir de allí, decide empezar esta unidad poética para romper tabúes y es lo que se propuso en cada texto: romper un estigma diferente sobre la esquizofrenia.
«El poemario está construido en primera persona, y la persona que escribe es una persona que está experimentando esa condición. Está escrito desde alguien que tiene esquizofrenia. Es un personaje que puede ser cualquiera de nosotros. La idea de escribirlo en primera persona es llegar al lector y cuando se escuche se vea que él es el que está pronunciando las palabras, la intención es a la larga es que alguien haga una mínima reflexión al respecto de las enfermedades mentales», expresa René.
¿Por qué el tema? «Tuve la oportunidad de ver de cerca un caso y eso a mí me impactó tremendamente, porque no es lo mismo oír que alguien tuvo un episodio de esquizofrenia y que lo tienen en el psiquiátrico, no es lo mismo escuchar de lejos que ver de cerca cómo es una persona que tiene la condición, eso me impactó y no pude resistir esa sensación de explorarlo poéticamente. La narrativa del poemario está construida con base en los tabúes que encontramos. Por ejemplo, si le pregunto a alguien a vuelo de pájaro que me diga qué ha oído sobre la esquizofrenia, dirán “yo he oído que la gente alucina o escucha voces o que están ingresados en un hospital y quieren escapar”. Todos esos insumos los recogí y fue escribiendo cada poema que toca un tabú», comentó el escritor.
De hecho, el mismo título que es el verso final del libro, «Por siempre viernes», es una delicada metáfora a un momento por el que transitan las personas que tienen la enfermedad, para ellos hay un punto en el que los días se repiten como si fueran el mismo, un momento difícil y doloroso en el que René se detuvo y plasmó en un verso.
La poeta cubana Elizabeth Reinosa Aliaga escribió la reseña del libro en la contraportada del mismo y en sus palabras «René Figueroa nos invita a asomarnos a un espejo, de imágenes inquietantes, que arroja luz sobre nuestra fragilidad».
El libro cuenta con una primera edición de 100 ejemplares a cargo de Índole Editores, un sello que está por cumplir 15 años y que ha sido liderado por los poetas Susana Reyes y Carlos Clará.
El libro se presentó ayer por primera vez en el Teatro Luis Poma, y es el cuarto poemario de René, el tercero de manera individual y el primero bajo un sello editorial independiente.
Las primeras publicaciones del poeta lo convirtieron en Gran Maestre, galardón entregado por los Juegos Florales en la rama de poesía, del Ministerio de Cultura.
«La Grieta», publicado en 2013, fue el primer libro del poeta en el que estaban contenidos dos poemarios, uno bajo el mismo nombre y «Pequeñeces», ambos trabajos fueron ganadores de los Juegos Florales de Santa Ana y Ahuachapán, de 2008 y 2010, respectivamente. Y en 2015, se convierte en Gran Maestre, al ganar los el mismo certamen en Zacatecoluca con el poemario «Deformación de la noche», que finalmente se publicó en 2019.
Para adquirirlo pueden hacerlo directa con el autor a su Facebook.
René Figueroa nos comparte dos piezas del poemario:
La mirada perdida
Hoy no he sido más que una mirada perdida.
Una mirada fija hacia el crepúsculo improvisado en la pared,
hacia las sombras oblicuas de mis seres amados,
hacia el silencio que dibujé en el respaldo de la cama,
hacia el sudor que aún queda en la camisa de fuerza.
Una mirada simple y dudosa,
de las que provienen del fondo de las grutas,
una mirada virgen,
dispuesta a entregarse al vacío de un beso,
ese cántaro lastimero que me rompió el olvido.
Una mirada que me atraviesa los párpados,
una mirada desierta en el vértice de mi sed,
una mirada que viaja a través de una sonda hasta mi corazón,
me detiene las pulsaciones,
y me cierra de verdades la garganta.
La mirada más inofensiva,
una mirada limpia, escalofriante y muy lejana,
diseñada para escapar de mis monstruos,
totalmente desposeída,
infinitamente real,
una mirada incurable que me habita el cuerpo.
Las voces
Las voces andan sueltas esta noche,
llenan mis pasillos con sus historias incendiarias
y con lamentos que recrudecen el viento.
Voces extraídas de pinturas surrealistas,
difusas y denigradas hasta la saciedad
en la rutina de mis oídos perversos,
voces que provienen de las alcantarillas prohibidas,
pedazos de gritos que se retuercen en el pavimento:
las voces de los ancianos que tiran de los carruajes,
el lloriqueo que estimula al pederasta,
voces fétidas que me desarticulan el cerebro,
voces demasiado masculinas para ser ciertas,
lenguas que profanan mis creencias,
voces anónimas con el típico acento hospitalario,
la voz descalza de una niña en brazos,
la voz quebrada de un corazón distante,
la voz que revela un secreto deformado,
la voz pronunciada en unos labios desiertos,
la voz apagada en la hoguera de mis sueños.