El maestro Romain Rolland dijo: «Cuando se discute no existe superior, ni inferior, ni títulos, ni edad, ni nombre: solo cuenta la verdad; delante de ella todo el mundo es igual». En el mundo actual donde se establece que la verdad es relativa (nada más lejano a la verdad), es necesario establecer algunos puntos epistemológicos e interpretativos/filosóficos. Una cosa es la opinión sobre una verdad, de cada uno, esa puede ser relativa, y otra es la verdad, que es una sola.
La complejidad planteada en el párrafo anterior seguramente podría tener detractores entre los pensadores más jóvenes y los jóvenes de movimientos progresistas; ya que lo establecido es sin lugar a duda casi un dogma, palabra considerada casi pecado en el mundo moderno, cuando en realidad siempre habrá dogmas en la realidad humana por su grado de pureza, racionalidad y lógica (a diferencia de lo que siempre se ha planteado, que por ser dogma es irracional).
Empero, tener la entereza de vivir e incluso morir por la verdad no es cosa de las grandes mayorías, hasta la fecha ha sido de una minoría privilegiada no por aspectos económicos o sociales, sino por grandeza y altura espiritual. Sin embargo, que belleza sería que la gran generalidad de las personas tuviera como máxima de vida vivir y morir por la verdad; eso sentaría las bases para romper con la corrupción y la ignorancia.
Es así como puede mejorarse la realidad, no solo su comprensión, sino ante todo su modificación y mejoramiento. Ya lo decía el maestro Karl Marx: «El problema de los intelectuales es que siempre han tratado de comprender el mundo, y de lo que se trata es de transformarlo». Pues bien, para transformar aquello que a todas luces se sabe no está bien en la humanidad, solo se necesita la verdad como arma de amor y de sapiencia.
Por tanto, es de menester que cada sociedad tome como fundamento en el que se estructure toda su realidad a la verdad como ese ideal social, económico, político, jurídico, educativo e institucional; no se puede ni se deben esperar cambios para mejor, si no se fortalecen y se encaminan con la verdad como vínculo de elevación del espíritu individual y colectivo con la divinidad.
De uno depende comprender que vivir con una conciencia tranquila es uno de los mayores privilegios, pues es un legado ético y ante todo es la oportunidad de hacer verdaderos cambios, que incluso van contra la misma educación que hasta hoy se ha establecido. Es tiempo ya de desestructurar las columnas de la mentira, la hipocresía, la doble moral, que han imperado incluso en la institucionalidad moral de los pueblos.
De tal suerte, querido lector, que considerar a la verdad solo como un aspecto eminentemente teórico o epistemológico es un error que, hasta ahora, le ha pasado factura a la humanidad. Tal como dijo el maestro Cicerón: «La verdad se corrompe tanto con la mentira como con el silencio». No se debe seguir callando o esperando que sea el otro el que inicie; sé muy bien que la verdad no se dice por temor social o laboral, ante la prepotencia de los empleadores, pero, es una sola vida, no se debe morir sin haber dejado la verdad como apellido y como legado de la propia existencia.
¡Quítate un peso de encima y empieza a vivir bajo el manto acariciante de la verdad!