¿Por qué tememos? ¿Acaso la naturaleza humana es temor o simplemente se ha concretado una forma de miedo prolongado que conlleva a un fantasma psicológico e irreal llamado temor?
Pretender que la vida sea una constante línea de tiempo perfecta y de pura dicha es no haber madurado aún, no porque desearlo esté mal, sino porque en la base de ese deseo está la realidad, una realidad que permite crecimiento solo a través de la contradicción y su respectiva síntesis.
Nadie medianamente inteligente podría creer que en la vida hay dolor por causa de una maldición. Es una verdad mística, filosófica y bíblica que el dolor es parte de la vida, y muchas veces es el medio necesario para la evolución.
Además, tal como dice en las escrituras, en Mateo 5:4: «Dichosos los que lloran, porque serán consolados».
Pues bien, el dolor es necesario en la vida humana, pues nos recuerda nuestra naturaleza humana y de fragilidad, cuando se levanta la soberbia y la altanería.
Si bien es cierto que se ha planteado que el dolor es parte de la vida humana, menos cierto es el sufrimiento, aspecto irreal de la naturaleza de una mente poco entrenada y con desconfianza hacia Dios.
El temor, como tantas veces se ha dicho en este espacio de columnas, es un alargamiento psicológico irreal de la mente humana.
No se debe dar más tiempo y pensamiento a aquello que no amerita ni existe, pues se le estaría dando lugar en el espacio a algo que no posee en sí materia.
Lo expresó el maestro Antonio Porchia: «Sí, es necesario padecer, aún en vano, para no vivir en vano».
El padecimiento (dolor) enraíza en la esencia misma de la persona, una categoría trascendente de comprensión y sabiduría sin igual en la existencia humana, que lleva de estadio en estadio existencial hasta entablar una base sólida de verdad de vida.
¡Encomiable tarea! De tal suerte, es necesario comprender que no hay nada permanentemente eterno en este malvado mundo, como solía comentar el maestro de la comedia y la crítica social Charlie Chaplin.
Nada es eterno más que Dios, y seguramente Él no está interesado en que suframos, es decir, en que le demos vuelta una y otra vez a una irrealidad inmaterial que podría ser o no ser en algún momento del tiempo y el espacio.
Hay un hermoso cuento popular sobre un maestro que teniendo frente a sus discípulos les cuenta un chascarrillo (chiste).
A los discípulos les hace mucha gracia. Pasados unos minutos se lo vuelve a contar, se ríen, pero menos. Un rato después se lo vuelve a contar y ya nadie se ríe; al contrario, se extrañan.
El maestro, comprendiendo su duda, les dice: «Así como un chascarrillo contado varias veces pierde su sentido, llorar o sufrir por lo mismo tantas veces no tiene sentido.
Es así como se debe entender, para pronto, la importancia de no sufrir, es decir, de no darle más tiempo en la mente y las emociones a algo que aún no es o quizá nunca será.
No es fácil la tarea expuesta en esta columna. No. Al contrario, menuda tarea, pero, eso sí, necesaria como el mismo respirar.
Solo cuando se empiece a soltar y dejar ser a cada circunstancia de la vida, solo así se podrá tomar el dolor como es: un medio de crecimiento y de evolución y no de estancamiento por medio del inexistente sufrimiento.