Dos períodos de 20 años cada uno sumieron en la oscuridad, el terror y la zozobra a más de 6 millones de salvadoreños que, ante la impotencia de encontrar la luz al final del túnel, se encogieron de hombros mientras los bufones de la decadencia y el caos, con máscaras de políticos del pueblo, saciaban sus ambiciones descomedidas ante el beneplácito internacional.
En 40 años, entre la guerra civil y el control asesino de las maras y pandillas, la sociedad fue sometida a la parálisis social y económica. Lo paupérrimo se convirtió en normalidad y el conformismo en un estilo de vida de una nación dirigida por personajes con conciencia cauterizada.
La dignidad del pueblo fue pisoteada como la uva en el lagar. La decadencia y la sangre en las calles llevó a El Salvador a la lista de popularidad de lugares no aptos para visitas y al primer lugar como el país más asesino del mundo.
Los grandes proyectos que debieron inyectar dinamismo a la economía del país quedaron en eso, en proyectos, mientras millones de dólares se perdían entre los bolsillos de los pudientes y sus vasallos políticos. Bien dicen que el desmadre tiene nombre.
La presa ex-El Chaparral y el puerto de La Unión son apenas dos clarísimos ejemplos del común denominador en los gobiernos areneros y efemelenistas: robo millonario descarado, dinero proveniente de los impuestos del pueblo y de los préstamos internacionales que aún se siguen pagando. Tiene lógica que solo las privatizaciones fueron concluidas, pues obtuvieron retornos económicos jugosos.
Todo el sistema ideológico montado por unas cuantas manos perversas, es decir, el poder fáctico, dejó al país en cuidados intensivos en desarrollo, en finanzas e infraestructura y, para colmo, en seguridad.
La llegada de Nayib Bukele a la presidencia, de por sí, fue un macanazo del pueblo a ese sistema corrupto, al político que solo pensaba en la próxima elección y no en la próxima generación.
Desde el 1.º de junio de 2019, Nayib se propuso establecer una verdadera democracia y un modelo de desarrollo que requería de acciones certeras, valientes y, principalmente, en una coyuntura desfavorable, contra todo un andamiaje perverso de ONG, políticos del bajo mundo, activistas de la pluma, todos financiados por poderosos.
Obtener la paz constituía un interés nacional primordial, y se logró. Primero, había que cortar la espiral sangrienta, alimentada por políticos lamebotas del poder fáctico a quienes no les importaba el luto y el dolor de miles de familias, con tal de mantener su «statu quo».
No ha sido nunca una tarea fácil. No se puede arar en el agua. Había que limpiar primero toda la maleza, el ripio y todo tipo de obstáculos, y luego preparar el terreno para colocar los fundamentos de una verdadera democracia. Devolverle el sistema al pueblo y al mismo tiempo rescatar de los escombros y la ceniza los aspectos económicos y sociales solo es de estadistas esforzados.
Ahora el mundo es testigo de los pasos agigantados que se están dando también en el tema económico, en un mundo complejo y voraz en el que se requiere de toda la astucia para salir adelante.
El Salvador avanza en la dirección correcta y los organismos financieros internacionales lo reconocen. Las proyecciones económicas respaldan las del Banco Central de Reserva, los bonos salvadoreños internacionales han tenido el mejor rendimiento, e inversiones millonarias sin precedentes están llegando.
El presidente Bukele está rescatando obras que han costado millones de dólares al pueblo y que fueron abandonadas por ARENA y el FMLN, tal como la presa ex-El Chaparral y el puerto de La Unión, para hacerlos funcionar y generar polos de desarrollo formidables.
Solo en el puerto de La Unión se han gastado $35 millones en una obra inútil, tirada al basurero. Ahora, con la llegada de inversionistas que creen en el nuevo El Salvador se ha iniciado la activación.
Nayib no solo ha rescatado al país de las garras de políticos rastreros, de grupos criminales, sino que está sacando de los escombros la economía, la dignidad y el respeto de los salvadoreños ante el mundo, ante la perplejidad de los cobardes que tuvieron el poder por 40 años y de sus activistas afincados en ONG y sitios web.