El pasado 28 de mayo se conmemoró otro año luctuoso en honor de la destacada salvadoreña Consuelo Suncín, escritora, pintora y musa del conde aviador Antoine de Saint-Exupéry, quien la inmortalizó como La Rosa en la maravillosa novela «El Principito».
Se cumplieron 42 años desde que Consuelo dejó este mundo víctima de un ataque de asma, en Grasse, pero su historia y legado siguen más vivos que nunca.
Abigaíl Suncín, sobrina-nieta de la condesa, atesora algunos objetos personales de la emblemática salvadoreña, como cartas, fotografías, prendas de vestir, una colorida pintura, además de un ejemplar de la primera edición de «El Principito», que se publicó en Francia en 1943.
La suma de objetos en sí es invaluable, pero sin duda son los momentos captados en fotografías, sus pensamientos en unas postales y en especial en las cartas los que permiten acercarse al lado humano y sensible de la salvadoreña.
Todas las misivas están firmadas con el nombre de Consuelo, luego de una efusiva despedida. El recorrido por la vida de La Rosa, a partir de su legado tangible en El Salvador, comienza en 1910, cuando Consuelo ha cumplido nueve años.
Una fotografía original de la época atestigua la figura delicada de la niña, ataviada con un vestido posiblemente blanco, donde destacan unas borlas oscuras en el ancho de la falda y las mangas. Usa guantes largos, también de color blanquecino, que parecen estar sujetos a sus brazos con unos hilos gruesos.
La niña está posando para la cámara, de pie, apoyada sobre una base de madera con ornamentos de flores. Su cara reposa sobre el dorso de su mano derecha, en una pose que la hacer lucir melancólica. Sus rizos son oscuros y largos.
CARTAS Y POSTALES
Tres terratenientes de Armenia, Sonsonate, son el registro familiar más antiguo que se conoce de Consuelo. Félix Suncín era el padre de quien sería La Rosa. Los tíos fueron Fernando y Venancio.
Al padre está dedicada una postal. El mensaje es breve, pero afectivo. Denota la cercanía que existe entre ambos: «A mi padre. Como un recuerdo que te profesa tu Consuelo».
El tío Venancio se casó con Eva Iglesias y de la unión nace una hija, también llamada Eva. Para cada uno de ellos (los tres) también hay postales y misivas. A las mujeres las distingue como prima y sobrina, respectivamente, y les dedica palabras de alegría a cada una.
En el caso del primo, hay una postal fechada en 1957 que expresa un saludo por el nuevo año que se aproxima: «Venancio, mi simpático primo, dos líneas para decirles que no los olvido. El mejor y más feliz año nuevo».
Años más tarde, posiblemente entre 1970 y 1971, hay una carta dirigida a Evita, la sobrina querida. La misiva está dominada por el dibujo de un principito, con la bufanda al aire. Es curioso cómo Consuelo da vida al personaje para que sea él quien salude a su familiar: «Buenos días, Evita, dice El Principito. Mi flor le manda ese per[1]fume con tanto cariño y siempre suspirando de vivir tan lejos. La beso si usted me lo permite con mi rosa… Adiós».
La carta denota claramente la distancia física entre Consuelo y su familia. Para esa fecha, su amado conde (con quien se casó el 22 de abril de 1931) ya había muerto y ella se mantenía siempre viviendo en Francia.
En El Salvador se guardan otros objetos personales de Consuelo y más cartas y postales. Algunas son atesoradas por los descendientes del doctor Francisco Mena Guerrero, quien fue amigo personal de la condesa. También hay cuadros elaborados por Consuelo.
Uno de ellos está inspirado en una escena de algún jardín o parque. Se pueden ver al menos seis pájaros en medio del verdor de las hojas y los destellos multicolores de flores. También hay prendas de vestir que la condesa usó en sus viajes a El Salvador: dos abrigos (uno azul y otro blanco) y una bata verde. Sin duda, la figura de la condesa, su amado aviador y, sobre todo, El Principito seguirán marcando la historia de El Salvador.
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