El maestro Bhagwan Shree Rajneesh solía decir «no es una cuestión de aprender mucho; al contrario, es una cuestión de desaprender mucho». Se nos ha enseñado que en la vida se debe conocer y mientras más se conoce más sabio se vuelve, pero esto no es del todo cierto, o como mínimo en parte no. Es que no se puede confundir erudición con sabiduría, así como no se pueden confundir canas con sabiduría.
Así pues, conocer por conocer debe ser una ecuación que debe salir del radar del ser humano; se conoce para solventar situaciones, resolver aspectos, confrontar supuestas verdades y, ante todo, mejorar la calidad de vida de quien conoce y de su entorno. Ahora bien, la erudición es un criterio de vida que no debe perderse, al contrario, entristece ver cómo se está dejando de lado, bajo ideales superfluos de vida no significativa.
Pero aunque anteriormente se haya planteado que la erudición no debería dejarse morir, no puede ni debe confundirse por ningún motivo con la sabiduría. Por ende, es necesario desaprender si se quiere comprender el sentido de la vida. Ni el mucho saber ni el poco saber dan sabiduría, esta solo nace cuando el ser está en la disposición de desaprender y emprender un camino de autoconocimiento personal.
Por tanto, liberarse de tanto peso (entiéndase conocimiento muerto, temores, complejos, etcétera) es el único camino consciente para acceder a la potencia mistérica de la comprensión sapiencial de la existencia. Al final, es poco lo que se puede controlar en la vida, con o sin mucho conocimiento, solo la sabiduría permite vislumbrar que no se puede controlar la mayor cantidad de circunstancias externas.
De tal manera que si ni las circunstancias externas ni a las personas se les puede controlar (cosa inmoral), la única alternativa viable es controlarse a sí mismo; claro, este es un control sin control, es decir, aceptación y bebida de lo cotidiano consciente. Pues en la condición interna clara todo se vuelve extraordinario, sin expectativa, solo observación sin posesión, un hermoso camino de luz real.
Ya lo decía el pensador popular santaneco Fernando Mancía: «El hombre más fuerte no es el que quebranta su alma ante el espejo, sino aquel que, al enfrentar su reflejo, destruye el cristal». Enfrentarse a sí mismo, como un ejercicio místico necesario, debería ser la cosa más normalizada en quien quiere crecer y evolucionar, ya que solo desaprendiendo aquello que da peso se puede elevar con soltura muy por encima de la mediocridad.
Pues bien, no se trata entonces de vivir en la ignorancia, no se propone eso, tampoco de conocer por conocer, tampoco es el objetivo; sino de que en la vida del autoconocimiento se aprende, desaprende y reaprende. Pero no solo como criterio de erudición, sino como característica dialéctica del cambio continuo y, por tanto, de una sabiduría plena que conlleve a una vida más sana, santa y ante todo intensa.
Incluso el desaprender permite un liderazgo honesto y prolijo, pues solo quien es capaz de dejarse liderar puede en su momento liderar a otros. Ese es un buen ejemplo de desprender y reaprender conscientemente. Empero, esto bajo la claridad cognitiva de que si se busca ser admirado aún no se ha empezado el camino verdadero de la admiración. ¿Entonces? Desprender lo que da peso y reaprender lo que vuelve ligero.
Por ende, que el amor por el aprender y la necesidad del desaprender sea tal que no guardes compostura ante el deseo de aprender y enseñar. Sin preocupación de lo que piensen, solo ocuparse de lo que se sabe y se siente, pues el verdadero juzgador de la existencia ha de ser la propia consciencia. Así pues, conocer no es conocerse y erudición no es sabiduría, por lo mismo, desprender lo aprendido es desaprender en lo atendido.
De tal modo, querido lector, busque soltar y entonces tendrá espacio no para acumular cosas nuevas, sino para experenciar [sic] y degustar lo nuevo, y luego soltarlo de la misma manera, ya que tanto las experiencias negativas y positivas se sueltan, solo así la vida es amorosa en cada acción, pues la vida es una dimensión física del amor, de esa sustancia compatible con la pequeñez y con el sentido perenne de la creatividad cocreadora.