Han pasado tres años desde que el Gobierno del presidente Nayib Bukele implementó dentro de su administración una política de seguridad pública que cambió por total la historia reciente del país.
Por años, El Salvador vivió hundido en el fango de la violencia, hasta los más expertos creyeron que ese problema nadie podría controlarlo. Sin embargo, desde la llegada del Plan Control Territorial, la historia dio un giro que nadie esperaba, pero que sí estaba en los planes del presidente Bukele.
Gracias a esta estrategia de seguridad, los que deben estar tras las rejas ahora están en el lugar que les corresponde y todavía falta mucho por hacer.
En tres años el país logró salir de la lista negra de los países más violentos del mundo, dejó su característica común de ser la capital del crimen. Ahora tenemos un nuevo rumbo, y los salvadoreños tienen más confianza en los cuerpos de seguridad.
Con esto no quiero decir que el problema está solucionado, pero era impensable decir que en una administración habría más de 137 días sin homicidios, o que las estructuras delincuenciales más temidas tendrían que huir de la justicia.
Tal como dijo el presidente, «los logros son innegables», y aunque la oposición corriente, parte de un residuo, diga que hay una tregua, lo que está a la vista es la plena prueba de que es lo contrario.
El simple hecho de salir de los países más violentos del mundo en 2021, ante la mirada internacional hace despertar la confianza y el interés por el país.
Son tres meses de implementación del estado de excepción para capturar y castigar a las pandillas, así como una forma sostenida a la paz que tanto anhelamos los salvadoreños.
Hasta el sol de hoy, la Policía contabilizaba más de 41,000 terroristas capturados, quienes seguramente guardarán prisión, algunos por más de 15 años, por los daños que tanto le han ocasionado a este Pulgarcito que tanto ha sufrido.
A esto debemos también sumarle la valentía de una nueva generación política que ha dado las herramientas necesarias para combatir esta violencia.
Como bien decía el presidente Bukele, el cambio no es fácil, pero tampoco imposible, sobre todo cuando se trata de cambiar un país. El reto más grande para entonces es garantizar que la paz sea sostenible a largo plazo en beneficio únicamente para los salvadoreños.