Cuando nuestro país era gobernado por una élite, era inimaginable que un día fuésemos reconocidos por noticias positivas. Nuestra historia está escrita con sangre, lágrimas y dolor de nuestro sufrido pueblo. Retrocediendo en el tiempo, las recordadas masacres en 1932, que se estima murieron entre 10,000 y 30,000 personas, en su mayoría civiles que no habían tenido participación directa en los levantamientos. En Izalco se produjo una matanza que diezmó a la población indígena local, motivo por el cual es considerada un acto de etnocidio, luego continúa la dictadura militar que inició en 1932 y fue derrocada el 10 de octubre de 1979, para dar paso a un proceso de «pacificación» que no funcionó, pues las causas estructurales que generaban desigualdad e injusticia seguían latentes. Y así se inicia un conflicto armado el 10 de enero de 1981, que culmina con un hecho geopolítico internacional: la disolución de la Unión Soviética y la caída del muro de Berlín. Acá se firmó una «paz» a finales de los años ochenta y principios de los noventa, que más fue un pacto entre cúpulas de la derecha salvadoreña, representada políticamente por el partido ARENA y su contraparte, la «alta dirigencia del FMLN».
El país entró en una nueva dinámica, que fue la implementación del neoliberalismo, un capitalismo moderno del cual el FMLN llegó a formar parte, y se permitió que las maras o pandillas se desarrollaran, con los datos ya conocidos sobre miles de muertos, desaparecidos, millones de dólares cobrados a la población en concepto de renta, violaciones, secuestros, entre otros delitos. Lo más detestable fue que tanto ARENA como el FMLN pactaron con estos grupos delincuenciales para erosionar las arcas del Estado, pues el dinero proveniente del pago de impuestos fue a parar a manos de pandillas, es decir, negociaron la vida de nuestra gente a cambio de votos.
Todo ese panorama terminó cuando en 2019 llegó el presidente Bukele al Ejecutivo y comenzó a implementar el Plan Control Territorial, aunado con el régimen de excepción, más la construcción de la megacárcel Cecot, provocando que nuestro país pasara de ser la capital de la violencia a escala mundial al país más seguro de Latinoamérica. El Salvador entró en una nueva dinámica de aspectos positivos para la población al controlar en este primer período presidencial los elementos generadores de violencia y potenciar la marca país por medio del turismo, las mejoras en el sistema educativo y de salud, por mencionar algunas áreas de atención, sin dejar de lado los ataques frontales a la corrupción.
En todo este panorama de buenas noticias para nuestra gente surge la historia digna de llevarla a la pantalla chica y grande de un salvadoreño de corazón, quien por diferentes motivos nace y vive en Estados Unidos, pero de padres salvadoreños: Frank Rubio. Lamentablemente siempre se tiene «el pelo en la sopa», con la oposición política salvadoreña criticando la comunicación entre el presidente Bukele y el astronauta que estaba en órbita, diciendo que en su uniforme porta la bandera norteamericana, buscando deslegitimar el reconocimiento que el pueblo salvadoreño en la persona del presidente brinda a nuestro astronauta. Es cierto que el uniforme porta la bandera de Estados Unidos, pero su corazón, su ADN, su lenguaje original corresponden al de un salvadoreño, razón por la cual la honorable Asamblea Legislativa, como una obligación histórica, debe otorgar la más alta distinción que para tal efecto determina la Ley de Distinciones Honoríficas, Gratificaciones y Títulos.
Más allá de la hazaña de haber estado en órbita 371 días, en total la misión del astronauta salvadoreño, quien considera a Miami su segundo hogar, ha abarcado 253.3 millones de kilómetros y 5,963 vueltas a la Tierra.
Como salvadoreños debemos sentirnos muy orgullosos de ser noticia positiva para el mundo entero al entrar a las páginas de la historia con nuestro primer astronauta con un viaje de más de un año. Qué bien por Frank Rubio y su esposa e hijos, qué bien por el municipio de Conchagua, lugar de residencia de su madre. Qué bien por nosotros, los salvadoreños, que estamos muy orgullosos de esa hazaña que dignifica a toda la comunidad hispana.
El Salvador vuela por lo más alto.