Los países de Latinoamérica se independizaron a principios de 1800, hasta la fecha han transcurrido 200 años. No obstante, los presidentes que han tenido los Estados latinoamericanos no han logrado consolidar la democracia en el interior de sus propios países, porque no hicieron los cambios estructurales en lo económico, político y social en beneficio de la ciudadanía, sino a favor de las oligarquías, empresas transnacionales, organismos financieros internacionales e intereses de países de economía desarrollada; lo cual ha dado como resultado sociedades subdesarrolladas en la que una élite económica es la que detenta el poder político y en términos formales son los presidentes y sus respectivos gabinetes, igualmente los funcionarios de los tres poderes del Estado; de tal forma que la institucionalidad estatal está en función de intereses lesivos a la ciudadanía.
Si realizáramos una encuesta a todos los presidentes de los Estados de Latinoamérica con los ítems ¿es usted un presidente democrático? y ¿existe democracia en su país? Contestarán automáticamente que sí, pero en la realidad la mayoría son gobiernos corruptos y antidemocráticos. Los presidentes tienen una retórica modernista, incluso hasta posmodernista, pero la realidad está diametralmente alejada de sus discursos demagógicos.
El crecimiento económico y el desarrollo social es para el beneficio de determinadas clases sociales, para la inmensa mayoría de los ciudadanos son inaccesibles. Por esta razón, algunos académicos segregan el concepto de democracia por el simple hecho de que no existe. Así encontramos democracia electoral, democracia parlamentaria, democracia económica y democracia social, etcétera. Porque al atomizarlo se refieren a una parte del concepto de democracia, o sea, están aceptando que no existe.
A pesar de que han transcurrido dos siglos con gobiernos de diferentes ideologías y presidentes de distintas extracciones sociales, económicas, políticas y culturales, los Estados de Latinoamérica se encuentran con bajos índices de desarrollo humano. La corrupción, el narcotráfico y la inexistencia de la soberanía nacional son las tres cadenas que tienen esclavizados a los gobiernos.
El Salvador, obviamente, formaba parte de la histórica y contemporánea caracterización de los países de Latinoamérica; sin embargo, ahora cuenta con un Gobierno que se ha alejado de la tipología que ha sido un común denominador latinoamericano. En El Salvador se ha desmontado la corrupción, la inseguridad ciudadana, la pérdida de la soberanía y de la autodeterminación, se han superado los niveles de educación, salud, energía limpia, turismo, producción, inversión, exportación, etcétera, lo cual ha sido posible porque por primera vez en su historia tiene un presidente honrado, con valores, y que ama a su país. Además, el éxito del Gobierno de El Salvador es el liderazgo del presidente Nayib Bukele y la acertada elección de los miembros de su gabinete. Bukele ha creado una mística de trabajo que ha dado como resultado una sinergia en los poderes del Estado y en el funcionariado en interés y beneficio del ciudadano salvadoreño.
Este país centroamericano se está convirtiendo en la luz al final del túnel de los países de Latinoamérica, está impartiendo cátedra con el ejemplo. Hay que tomar en cuenta que El Salvador estaba en ruinas, con una situación caótica de anomia, formaba parte del «top ten» de lo negativo en el mundo y, por el contrario, en las cosas positivas siempre ocupaba los últimos puestos. El Salvador se está convirtiendo en el faro que empieza a iluminar el camino a seguir para los países subdesarrollados, dependientes y con gobiernos corruptos.