Recordaba las obras de Alberto Masferrer «Leer y escribir» y «El mínimum vital», escritas por los años treinta, y nos decía: «La mitad de los salvadoreños no saben leer ni escribir, de la otra mitad, la mayoría no lee nunca si no es una media docena de libros más dañosos que útiles». De esos años hasta hoy, con la acción decisiva por el bien de nuestro desarrollo cultural, no hubo jamás ese estímulo oficial, ese ocuparse por interesar al pueblo en el hecho cultural y sus beneficios en la formación espiritual. Solo «cosas dañosas» —demagogia, opresión, corrupción y hambre— habían sido la política de esos gobernantes desde la Colonia.
En el pasado tercer Festival del Libro en el Palacio Nacional, la asistencia y participación en los eventos culturales que se presentaron para adultos y niños fue impresionante, con más de 10,000 personas, y el 15 de mayo fue multitudinario el concierto de la Sinfónica Juvenil: Organización, coordinación, seguridad, atención personalizada, asistentes disfrutando cómodamente sentados en confortables asientos y con todos los servicios disponibles, como si estuviesen en un gigantesco teatro. El pueblo salvadoreño se hizo presente y demostró una vez más su amor por la cultura al gozar de una gran oportunidad que gestionó su Gobierno para el disfrute y solaz del espíritu. Compartir alegremente con su familia toda la seguridad y paz que se necesitan para esos espacios del alma cuando queremos sentir la belleza del arte.
El Gobierno de Nayib Bukele inició en junio de 2019, asumió el poder y en enero de 2020 el Ministerio de Cultura apoyó el quehacer artístico con los fondos de emergencia y la participación de Bandesal, con lo que aportó al sector cultural significativos apoyos económicos; posteriormente, con los fideicomisos entregó subsidios a artistas y luego se promovieron aumentos salariales para el personal del Ministerio de Cultura.
En los gobiernos anteriores tenemos una amarga experiencia de manipulaciones, hipocresías y denostaciones con el sector cultural. Los politiqueros de entonces convocaban siempre a los artistas a reuniones, y en general a los trabajadores culturales, para hacernos maravillosas ofertas de beneficios que se harían en sus gobiernos a cambio de que les diéramos nuestro incondicional apoyo a sus aspiraciones de gobierno. Nos ofrecían villas y castillos que posteriormente en todas sus gestiones se convirtieron en sal y agua, en la más burda afrenta a nuestras aspiraciones de ayuda para resolver nuestros problemas económicos o incluso de espacios y herramientas para el proceso creador. Todas sus propuestas al sector se convertían en mero populismo y demagogia.
La actitud, en cambio, de un Gobierno que asume, casi inmediatamente, apenas días después de comenzar su gestión, la atención efectiva, real, determinante del sector cultural, como una importante prioridad, no podemos menos que considerarlo un gran amigo de los trabajadores culturales, de la cultura misma, de la creación artística como el pilar fundamental para el desarrollo de nuestro pueblo. Antes, nadie en toda la historia —y señalaba que desde la Colonia— había enfrentado el hecho creador con diligencia, entereza y firmeza como este Gobierno.
No es alabanza, ni gracias, ni compromiso político señalar estas realidades, porque al final, claro, sabemos que es justo lo que siempre los gobiernos anteriores tenían el deber constitucional de hacer: atender al espíritu de su pueblo, que es magnificado con su pleno desarrollo cultural, su hacer creador.