Alguien ha definido como locura continuar haciendo lo mismo, esperando obtener resultados diferentes. Esto que es válido en cualquier ámbito de la vida, también lo es para la actividad política de un país. En el caso salvadoreño, la mayoría ha decidido actuar de forma diferente en los últimos eventos electorales. Pero más importante que un nuevo color político, es el hecho de que la sociedad salvadoreña ha comenzado a pensar diferente, superando las ataduras ideológicas a las cuales había sido sometida en el pasado, descubriendo que el poder político reside en los de abajo, no únicamente en los de arriba. La población se cansó de ser un simple títere en las manos de una clase política, que históricamente ha sido incapaz de resolver las necesidades básicas de las mayorías de nuestro país, porque ha funcionado siempre al servicio de una minoría pudiente, a la que nunca les ha importado realmente el progreso de todo el pueblo. Por eso, el desarrollo apenas se concentra en algunas zonas de la capital. Pero este sistema corrupto no nace hace 30 años como algunos opinan, sino desde que El Salvador surge como país.
Por casi 200 años, millones de salvadoreños han nacido y han muerto sin la oportunidad de asistir a la escuela, porque el analfabetismo ha sido, entre otras herramientas, una de las estrategias más efectivas que ha utilizado la clase dominante para someter ideológicamente a la mayoría, especialmente a los hombres y mujeres del campo, a quienes aun habiendo trabajado toda la vida de sol a sol el progreso nunca les ha llegado a ese sector de nuestra sociedad.
Además, la dolarización de la economía de El Salvador fue para favorecer los intereses de ese pequeño círculo que siempre ha considerado al país como su hacienda. Pero no se pensó en favorecer al pueblo, al cual todavía se le paga en colones.
Los salvadoreños somos personas inteligentes, capaces de hacer grandes cosas. En el extranjero, nuestra gente es conocida por su laboriosidad en las diferentes áreas de trabajo. Eso explica el éxito de muchos de nuestros hermanos que viven fuera de El Salvador. No es verdad que los salvadoreños sean personas violentas, delincuentes, asesinos, sino que más bien esos son algunos de los comportamientos de ciertos individuos que manifiestan retraso humano, intelectual y espiritual, al cual hemos sido sometidos históricamente como sociedad. Pero de ninguna manera significa que «semos malos» como escribió Salarrué.
Los salvadoreños queremos un país donde se respete la vida de todos, con acceso a una educación intelectual de calidad para todos, sin marginar a ningún sector social debido a la ubicación geográfica, como ha sido la práctica en el pasado; un sistema de salud que cuide de todos por igual, pobres y ricos; en donde se elimine de raíz la cultura del ladronismo en todos sus niveles; que podamos contar con un sistema de justicia que no muerda únicamente al descalzo. Un país en el que nadie tenga que emigrar porque los salarios continúan siendo de hambre.
Pero esta transformación no va a suceder de la noche a la mañana; por eso, a pesar de todo, los salvadoreños dentro y fuera de nuestras fronteras necesitamos continuar pensando, soñando y trabajando para construir un país diferente. No podemos permitir que nada ni nadie secuestre nuestra capacidad de pensar, para ser reducidos a simples marionetas de un sistema que está acostumbrado a manipularnos según sus propios intereses.