Centroamérica es una región altamente vulnerable a los diferentes fenómenos naturales, ya sea por terremotos, considerando que estamos ubicados en la zona de subducción de las placas tectónicas de Cocos y del Caribe. Debemos aprender a vivir en una zona con altos niveles de sismicidad, pero también somos vulnerables a los embates de las tormentas o depresiones tropicales que nos golpean y rápidamente sufrimos los deslizamientos y hundimientos; fenómenos que ya cobraron muchas vidas en toda Centroamérica.
Nuestro país siempre ha sido beneficiado con la ayuda internacional, la cual en gran medida sirvió para generar incremento en el pecunio de quienes gobernaban el país, y siempre fuimos vistos como un país que estaba a expensas de la ayuda humanitaria internacional. Con el terremoto de 1986 éramos gobernados por el ya fallecido José Napoleón Duarte, y como siempre predominando «la cultura del diablo» que nos caracteriza, que bien describió recientemente el presidente Bukele, al considerarnos el país donde predomina «la cultura del más vivo».
Las donaciones que llegaron durante esa contingencia provocaron que se eliminara la industria de la confección local de prendas de vestir, pues entre los donativos llegaron fardos de ropa usada, principalmente de Estados Unidos, pero se apropiaron de dichos donativos, y es así como surge una nueva modalidad de comercio tomando como pretexto la muerte de 1,530 hermanos salvadoreños, entre ellos quien ahora sería mi cuñada Noemi, quien falleció en el edificio Rubén Darío. Además, se contabilizaron 10,000 personas heridas y más de 60,000 viviendas destruidas o dañadas, lo que dejó sin hogar a unas 200,000 personas. Pero así el aprovechamiento del «más vivo».
En enero y febrero de 2001 los terremotos dejaron muchas víctimas, y como siempre la cultura del más vivo, y se señala al expresidente por ARENA Francisco Flores, a quien se le atribuye haberse apropiado del donativo que entregó Taiwán; no obstante, falleció sin dejar explícitamente claro quiénes fueron los destinatarios a los que hizo alusión en su comparecencia en una comisión especial que para tal efecto la Asamblea Legislativa creó.
Hemos vivido recientemente en Centroamérica situaciones de desastre, primero por la tormenta tropical Rafael y luego por Sara. Para nosotros son tormentas o depresiones tropicales, pues en otras latitudes son huracanes, y en el ámbito de la primera tormenta es que el presidente Bukele visitó Costa Rica, donde ya sufrían los embates de Rafael, y de manera espontánea, en medio de un discurso de ambos presidentes, el mandatario salvadoreño ofreció ayuda humanitaria, la cual fue bien recibida por el presidente Rodrigo Chaves en nombre de las víctimas.
Este gesto de un país pequeño, el Pulgarcito de América, da cátedra de cómo ser solidarios y empáticos, y no simplemente estar extendiendo la mano como en el pasado, que las tragedias se convertían en temporada alta para quienes se enriquecieron con el dolor, luto y la sangre de nuestros hermanos salvadoreños, víctimas de fenómenos naturales, es decir, se les terminó la fiesta del pasado.
Hablar de los embates de la oposición, tanto de El Salvador como de Costa Rica a este gesto del presidente Bukele, es irrelevante, pues «águila no caza moscas»; por ahora lo más importante es que la ayuda llegó a los hermanos necesitados, así como en nuestro país el presidente ordenó entregar bonos de $300 a un aproximado de 1,000 agricultores y la distribución de 50,000 paquetes de alimentos a familias damnificadas.
Hay que recordar que el presidente Bukele, fiel a su formación en valores de sus padres a compartir con los demás y ser empático con los más necesitados, incluso en tiempos de pandemia, también ayudó a Honduras con vacunas para prevenir la COVID-19, y otros insumos relacionados.
Por ahora, como salvadoreños, estamos satisfechos con el trabajo hecho por el presidente y por su alto valor humanista.