A lo largo de siglos, una de las interrogantes existenciales más recurrentes que la gente les hace a gurús, maestros, intelectuales, líderes espirituales, etcétera, es cuál es el sentido de la vida. Sin duda, respuestas hay por cientos y dependen de la percepción o la experiencia que haya vivido el que contesta; sin embargo, bajo mi propia experiencia intelectual, espiritual y reflexiva, he llegado a la conclusión de que la vida no tiene un sentido fuera de sí misma, sino que la vida misma es su propio sentido.
Por supuesto, es necesario desglosar tal afirmación y sustentarla. Ese será de aquí en adelante el gran motivo de este documento. Para pensadores como Albert Einstein, el sentido de la vida es «como andar en bicicleta. Para mantener el sentido, debes seguir moviéndote». Sin duda, esta concepción dada por el maestro Einstein es pragmática, de su propia experiencia de vida y, claro, tiene un mérito extraordinario.
Empero, el planteamiento hecho por el autor antes citado es más una metodología para la vida que una explicación o definición de esta; por ello, es de menester buscar otras respuestas a tan excelsa y trascendente pregunta generadora. El maestro David Viscott al respecto expone: «Uno de los propósitos de la vida es descubrir tu don, desarrollarlo y ponerlo al servicio de los demás».
De tal suerte que lo establecido en el párrafo antelado muestra ya un vislumbramiento más cercano a lo propuesto al inicio; es decir, que la vida misma, bajo el parámetro de lo que cada uno es, implica esa estrella, como dirían los mayas, o gran sentido y destino de la vida. Pues bien, tal aseveración es la antesala para explicar que la subsistencia es en sí su propio sentido y de ella se desprende todo rol o función de la existencia material.
Por tanto, la tesis planteada es más que clara: andarle buscando sentido a la vida fuera de ella misma es lo que ha creado millonarios de la demagogia, coaches enseñando falsas ilusiones de positividad exagerada, entre otros. Pues bien, solo quien es capaz de observar dentro de sí puede comprender que su vida, aunque tiene un componente físico, posee en realidad un sentido trascendente, pero no exterior, sino interior, al ser seres espirituales en estructuras corporales. Y por esta misma interioridad es que se desprende de sí una exterioridad de diaconía o servicio, llamada vocación.
El maestro Joseph Campbell expone al respecto: «La vida no tiene sentido. Cada uno de nosotros tiene un significado y le damos vida. Es un desperdicio hacer la pregunta cuando eres la respuesta». Esta postura es más que real. A lo largo de la historia mística, estos siempre expresaron lo mismo; la vida es un sentido, y este guía el destino. No hay nada afuera terminado, todo está por cocrearse en conjunto con la divinidad.
De tal suerte que ante la pregunta milenaria de cuál es el sentido de la vida, si bien ya se ha aclarado que hay cientos de respuestas, expreso con total humildad, pero sí con la seguridad de mi propia experiencia, que el gran sentido de la vida es la vida misma, y si intentan buscar fuera de sí mismos ese sentido, se perderán la vida en esa búsqueda infructuosa.
Saberse apreciar, aceptar y amar es el comienzo del sentido de pertenencia existencial llamado destino, que es la base del sentido de la vida. No busque más fuera de sí, guarde silencio, vea hacia dentro y encontrará esa gran revelación a la que está llamado; ser quien es, sirviendo al otro, dentro de la posibilidad de su propia experiencia. ¿Se anima, querido lector? Encuentre en usted mismo arte hecho carne por nuestro Dios, el gran sentido de la vida, que es la vida misma, con todas sus posibilidades y circunstancias.