Cuando hablamos de envejecimiento, casi siempre se vienen a nuestra mente los términos de enfermedad, incapacidad, demencia, dependencia o aislamiento social, por mencionar algunos que son más frecuentes a la hora de referirnos a las personas mayores de 60 años. Asociamos esta etapa del ciclo de la vida con estereotipos que tienden a discriminar a las personas de edad avanzada y que nos hacen ver como natural el maltrato y la marginación hacia este sector poblacional.
Desde la infancia hasta nuestra edad adulta, escuchamos en el interior de nuestros hogares, en los círculos de amistades, en los espacios de trabajo, en las calles y en otros escenarios sociales, que las personas de edad avanzada no son capaces de desarrollar actividades productivas, que todo el tiempo están enfermas, que no pueden hacer las cosas por sí mismas, que son depresivas o que debemos tratarlas como niños.
Tenemos una mirada muy negativa acerca de los cambios que ocurren en la vejez, estamos llenos de prejuicios y de mitos que nos hacen rechazar y discriminar a las personas que se encuentran en el proceso de envejecimiento. Debemos eliminar estas prácticas discriminatorias y posibilitar ambientes en los que el buen trato y el reconocimiento a su trayectoria de vida sea la constante y contribuyan a generar respeto, admiración, comprensión y amor hacia las personas de edad.
Es importante que concibamos que el envejecimiento es parte fundamental del proceso evolutivo del ciclo de nuestra vida y que no debemos considerarlo como un estado en el que las personas siempre presentan alguna patología o tienen una discapacidad.
Es durante esta fase de la vida que las personas sufren de crisis vitales que son predecibles; por ejemplo, los cambios drásticos en el cuerpo, la disminución de la movilidad, la sensación de soledad o las pérdidas de los seres queridos que forman parte del entorno familiar. Estas pérdidas provocarán cambios y situaciones emocionales difíciles que deben pasar por un proceso que, así como llegaron, tendrán que desaparecer.
Para que estos cambios vayan poco a poco saliendo de la vida de las personas mayores, es vital que cuenten con el apoyo de especialistas en gerontología, psicología y geriatría que indiquen el camino para prevenir y manejar estas situaciones. Esto aunado a la posibilidad de que las personas mayores puedan expresar estos cambios y experiencias con sus pares, es decir, con otras personas de su misma edad, para que por medio de las diferentes vivencias vayan los afronten y los superen.
Las familias no deben tener temor ni sufrir de prejuicios cuando deciden buscar este apoyo profesional y multidisciplinario para sus padres, madres, abuelos, abuelas u otro familiar mayor de 60 años; al contrario, es por medio de este tipo de intervenciones profesionales y especializadas que pueden ir mejorando estos cambios biológicos, psicológicos y sociales que forman parte del proceso de envejecimiento por el que pasamos los seres humanos.
Propiciar un envejecimiento activo y saludable en las personas mayores arrojará como resultado un mejor aprovechamiento de las oportunidades para gozar de un bienestar físico, psíquico y social durante todo el curso de la vida. El envejecimiento no debe ser sinónimo de incapacidad, enfermedad, demencia o aislamiento social, ni mucho menos causa de una discriminación o del rechazo.
Eliminemos las prácticas discriminatorias hacia las personas mayores, propiciemos ambientes y escenarios para que disfruten plenamente esta etapa de su vida, pero sobre todo resaltemos los aportes valiosos que los adultos mayores hacen por sus familias, por sus comunidades y por nuestro querido El Salvador.