Ojos que no ven, corazón que no siente, reza un dicho popular, pero cuando se trata de la niñez y la adolescencia y su entorno digital es mejor conocer los beneficios para no vulnerar derechos, o bien para protegerlos de los riesgos. Complicado, ¿no?
Cuando se habla de entornos digitales, se hace referencia al conjunto de plataformas, canales y herramientas que tienen presencia en el internet, abarcan las tecnologías de la información y comunicación; es decir, se trata del uso de computadoras y celulares inteligentes con las que se visitan redes sociales buscando información, relacionándonos con otras personas, entre otros ejemplos.
Recientemente, el comité de los derechos del niño de las Naciones Unidas emitió la observación general número 25, relativa a los derechos de los niños en el entorno digital, en la que orienta a los gobiernos y a las familias a valorar, por una parte, las oportunidades, y a informarse sobre los riesgos para los derechos de la niñez y la adolescencia en ese entorno. De ahí que, como padres y madres, es obligatorio estar al tanto de esos riesgos, al igual que los empleados de las instituciones del sistema nacional de protección y las organizaciones que trabajan por este grupo poblacional.
De un lado de la balanza, el entorno digital tiene importancia para casi todos los aspectos de la vida de los niños, dado que muchas funciones sociales como la educación (especialmente el último año), la libertad de expresión e información, la participación y el acceso a servicios gubernamentales dependen cada vez más de tecnologías digitales; incluso abre nuevas vías para que los niños con discapacidad socialicen con sus pares como nunca, por ejemplo.
Pese a eso, en el otro lado de la balanza están los riesgos: entrar en contacto con depredadores sexuales, ser víctimas del ciberacoso o utilización denigrante de la imagen personal, adicción a juegos, publicación de datos privados, entre otros. Muchos de estos son delitos graves y trascienden las fronteras salvadoreñas.
No se trata de «limitar» a nuestro antojo el acceso a las pantallas, sino que desde el papel de sus responsables y cuidadores fomentemos su uso tomando las medidas adecuadas.
Recientemente, el neurocientífico Michel Desmurget brindó una entrevista a la BBC Mundo en la que alertó sobre el peligro que implica el entorno digital al desarrollo de la niñez, porque el tiempo que pasan ante una pantalla por motivos recreativos retrasa la maduración anatómica y funcional del cerebro, y eso tiene una simple explicación: cuando aumenta el uso de los celulares y videojuegos (por motivos recreativos), el coeficiente intelectual y el desarrollo cognitivo disminuyen, se afecta el lenguaje, la memoria, la concentración y la interacción social, incluyendo la propia familia, que es fundamental para el desarrollo emocional.
La lección es simple y compleja a la vez: potenciemos los derechos de los niños en el entorno digital, pero paralelamente tomemos las medidas para que conozcan los riesgos, evitemos ser sustituidos —como padres y madres— por el uso ilimitado de las pantallas. El Estado tiene también una ardua tarea: revisar los marcos regulatorios y las políticas para cumplir ese doble fin: promover y proteger los derechos de la niñez en el entorno digital.