¡¡¡Érase una vez!!!, cuando en el primer Órgano del Estado de El Salvador organizaciones criminales disfrazadas de «partidos políticos» con supuestas «ideologías antagónicas» protagonizaban sendos espectáculos públicos para hacerle creer a la mayoría de la población que legislaban por su bienestar y sus intereses.
Unos se denominaban «derecha», porque defendían valores tradicionales y apostaban por una «economía de mercado» y, por supuesto, hacían apología del patriotismo ante la amenaza del «socialismo del siglo XXI»; por el otro lado, los que se denominaban «revolucionarios de izquierda» preconizaban la lucha contra el «neoliberalismo» y acusaban al sistema capitalista de generar pobreza, miseria y exclusión, y en su último engaño aparecieron con una elucubración denominada el «buen vivir» y con esto disfrazaron su idea de llevar a El Salvador a convertirse en el próximo «paraíso del socialismo», y sin olvidar que pasaban vociferando que la derecha oligárquica (ARENA) era el peor mal de El Salvador.
Por supuesto, la historia demostró que tal lucha encarnizada no era nada más que un show barato, al final eran lo mismo, lo único que se ponían de acuerdo detrás del telón para la repartición del botín y cuando el acuerdo no se lograba conforme se aspiraba, se dilataban los procesos sin importar las consecuencias en las que derivaba en la función pública.
Maletines negros, repartición de cargos, corrupción y despilfarro distinguieron esta época. Es lamentable que muchas voces rimbombantes del escenario público —incluyendo países amigos— digan que en este tiempo «la democracia e institucionalidad fueron sólidas»; seguramente los «lobbies» eran muy íntimos y costosos para fincar tan grandes «lazos de amistad» e incluso «complicidad».
Pero el pueblo salvadoreño es sabio y desde 2019 comenzó a definir el final de esta época que se consolidó el 28 de febrero de 2021, cuando en las urnas y con todo el aparato electoral controlado por este bloque anacrónico fue derrotado contrario a lo que sus «intelectuales orgánicos» vaticinaban sobre «el sistema que no permitiría a nadie tener mayoría calificada», el pueblo les dijo que quería un Gobierno capaz, coherente y de cara a la población, y esa voluntad soberana, aunque les duela y reclamen, es el designio a cumplir.
El 1.º de mayo de 2021, cuando asumí y juramenté ante la Constitución como diputado con mis demás colegas de Nuevas Ideas, inició la nueva Asamblea Legislativa, cuyo efecto no solo es semántico, sino estructural.
En esta Asamblea hemos acabado, poco a poco, con los vicios que por años llenaron este recinto y además rescatamos el sentido de la gobernabilidad no con base en «sobresueldos» y «prebendas», sino con trabajo arduo para formar cada proyecto de ley que aporte a la construcción de una nueva nación.
Esta tarea no ha sido fácil, por supuesto, la gran transformación se irá construyendo poco a poco, pero ya hemos iniciado y a un año de haber tomado este reto se puede decir que transitamos por un camino con un horizonte prometedor y que el compromiso de hacer de El Salvador un lugar digno continuará y lucharemos para que las fuerzas del pasado no alteren el rumbo.
De ahí que esta nueva etapa a la cual estamos llamados a construir y defender debe continuar y fortalecerse.