Entiendo que lo ético es que un médico cure a una persona, sin importar, en un caso especial, que esta sea un criminal. Sin embargo, en la abogacía no sé cómo funciona esa ética.
Digo esto porque es común ver en los medios a cierto tipo de abogados que parecen estar especializados en liberar a delincuentes confesos, esgrimiendo, en ese afán, ridícu-los argumentos en indefendibles casos de corrupción.
Como decía el cómico personaje de un reconocido actor, «que alguien me explique» si un abogado decente debería negarse a llevar casos en los que, además de haber confesado su culpabilidad, las pruebas contra un acusado de corrupción sean irrefutables y en los que su trayectoria como profesional corra el riesgo de mancharse. Porque si un abogado defiende a un delincuente que acepta haber robado al Estado, cabe hacerse la pregunta ¿con qué dinero le paga? ¿No debería tipificarse como lavado el hecho de que pase ese dinero desde la bolsa del delincuente hasta la bolsa del abogado?
Este tipo de defensores forman en el país una clase muy particular. Se les llama «sacadores» e integran una lista que no falta en el bolsillo de los delincuentes, tanto comunes como de cuello blanco, para cuando su nada honorable intervención haga falta. La verdad es que, aunque parezca ser una parte de la abogacía encargada de hacer el trabajo sucio, yo diría que es una desviación de ese noble oficio.
No cabe duda de que lo que mueve a estos «abogados» a tomar ese camino es la rentabilidad económica que trae consigo. Saben que un corrupto encarcelado daría cualquier cosa por conseguir su libertad y que, además, en algún lugar hay suficiente dinero para el pago de sus honorarios.
Pienso que la conciencia en este tipo de «profesionales» no es funcional, principalmente porque es muda, no habla. No les dice que el daño que estas personas le han hecho a la sociedad a través de sus fechorías es grande y que deberían pagar por ello. No les dice que procurar la libertad de esta gente da pie a que otros crean que aquí la justicia es muy fácil de evadir y los mueva a hacer lo mismo.
No crean que he olvidado aquello de que nadie es culpable mientras no se pruebe lo contrario; sin embargo, también tengo cuatro dedos de frente como para entender que eso no aplica para un criminal confeso.
La culpa de que muchos corruptos salgan libres sin haber cumplido la totalidad de sus penas y sin haber devuelto lo robado no solo recae en este tipo peculiar de abogados, sino también en algunos jueces que, como parte de este viciado sistema judicial, actúan en contubernio con estos y, además, motivados por algún tipo de ofrecimiento.
No cabe duda de que nuestro sistema judicial necesita ser saneado desde sus cimientos, y que la tarea no es fácil luego de años sin haberse hecho nada.
Los abogados y los jueces corruptos quizá solo sean la punta de un gigantesco iceberg, a cuya parte no visible hay que poner una especial atención si queremos que la solución al problema sea integral.
Los corruptos en el país no apelan y recurren a la justicia para arreglar sus entuertos; al contario, apelan y recurren a la corrupción porque esta siempre les ha garantizado salir bien librados.