Su vivienda se convirtió en el mejor refugio. La familia salvadoreña Andrade, que reside en Texas, Estados Unidos, sobrevivió al mortal coronavirus en abril, tras contagiarse de la enfermedad durante la primera ola de casos.
Un segundo brote despierta temor en los connacionales, en un país que con frecuencia rompe su propio récord, a un paso promedio de los 200,000 nuevos casos por día y 300,000 muertes desde el inicio de la pandemia.
El virus atacó primero el sistema inmunológico de José Andrade, de 76 años, quien laboraba en un centro comercial en el área de limpieza. Su hijo, David Andrade, de 24 años, contó a «Diario El Salvador» que la falta del uso de mascarilla en el sitio pudo afectar a su padre.
Desde que supo que era portador de la enfermedad, la familia lo aisló en una de las habitaciones de su casa, ubicada en Spring, en el condado de Harris. Sin embargo, al tercer día de cuarentena perdió el apetito y tuvo dificultades respiratorias, por lo que fue trasladado de emergencia a un hospital, donde estuvo durante tres semanas en la unidad de cuidados intensivos.
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El episodio afectó emocionalmente a su esposa, María Cruz de Andrade, y a sus tres hijos, quienes se sometieron a la prueba y dieron positivo. Solo el segundo hijo de la pareja mantuvo su salud. Los resultados obligaron a los Andrade a permanecer en cuarentena durante 15 días.
Los primeros síntomas de dolor de cabeza y pérdida del sentido del olfato o del gusto aparecieron mientras se encontraban encerrados, cada uno en su habitación.
David Andrade comentó que ellos usaron mascarilla incluso para salir a la cocina, para no contagiar a su hermano. Christian Andrade, de 25 años, que no padeció de la enfermedad se encargaba de ir al supermercado y abastecer a su familia.
La familia no acudió a un hospital porque les dijeron que si no presentaba síntomas graves no los podían atender, así que se asistieron con remedios caseros.
Para estar en comunicación, se conectaban por videollamadas, aún bajo el mismo techo.
El padre fue dado de alta después de un mes y medio; sin embargo, aún sufre debilidad y secuelas. Desde abril no regresa al centro comercial a trabajar y se mantiene en su vivienda en recuperación.
«Mi papá hasta la fecha no puede trabajar porque está mal de los pulmones. Tenemos miedo de andar en lugares públicos», dijo David Andrade.
Por su parte, su esposa e hijos se recuperaron y se incorporaron a sus labores. Después de su experiencia, no dudan, ni por un momento, en mantenerse en guardia contra el virus.
Al reunirse nuevamente después de un día de trabajo, cada miembro de la familia se quita la ropa, los zapatos, la mascarilla en la entrada de su residencia y se bañan al instante. Su miedo de volver a vivir otra tragedia como la de abril permanece.
David Andrade dijo que la Navidad debe ser diferente, y que esa es la mejor decisión. Su casa sigue siendo el único escudo contra el virus y los cinco celebraron la Nochebuena, aunque en esta ocasión lejos de sus otros familiares.
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«Es cierto que vamos a finalizar el año, pero esto no se acaba. La gente no toma las medidas porque quizás piensa que no va afectar o que es mentira, pero sería bueno un cierre», detalló.
El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, pese a la alta curva de contagios, descartó un confinamiento en el país norteamericano.
El pasado 14 de diciembre, Estados Unidos inició su campaña contra la COVID-19 con las vacunas de las farmacéuticas Pfizer/BioNTech que son aplicadas primero en el personal de salud y personas de la tercera edad.
Los hospitales en Texas adquirieron las primeras dosis para cerca de 3 millones de habitantes.
Un día después, la Administración de Drogas y Alimentos (FDA) autorizó la primera prueba de la COVID-19 para hacerse en casa. No necesita receta médica y da el resultado en 20 minutos. Su precio será de $30 y en enero de 2021 esperan lanzar tres millones de unidades.