El primer paso fue tomar la decisión de acabar de manera total y definitiva con el problema de las pandillas, un problema larvado, desarrollado, fortalecido y consolidado durante los 30 años de ARENA y el FMLN.
En ese momento, 2019, un rápido análisis de la situación mostraba el siguiente balance: la estructura delictiva quintuplicaba o sextuplicaba en número de efectivos a las fuerzas policiales y militares, que por añadidura estaban mal pagadas, mal armadas, mal equipadas y sin ningún otro tipo de recursos y, por lo tanto, desmoralizadas.
En esas circunstancias, las estructuras terroristas habían logrado establecer y consolidar un control territorial efectivo, incluyendo el pleno dominio del sistema penitenciario. Sus fuerzas estaban concentradas en las zonas urbanas y semiurbanas más importantes del país.
Una vez tomada su decisión, el presidente Nayib Bukele diseñó su plan estratégico articulado en siete fases que progresivamente se irían potenciando una a la otra.
Control de las cárceles, crecimiento sostenido del pie de fuerza policial y militar, mejora sustantiva de sus salarios, armas, equipos, medios y tecnología; en consecuencia, elevación de su capacidad y moral combativa.
Además, un radical cambio de legislación y una profunda regeneración del sistema judicial. El Plan Control Territorial estaba en marcha y los índices delictivos comenzaron a disminuir ostensiblemente, al punto que pronto dejamos de encabezar la lista de los países más peligrosos del mundo.
Pero las pandillas criminales aún estaban ahí, agazapadas en el territorio. Y llegó el momento en que, basado en el progreso evidente de su plan estratégico, el presidente Bukele ordenó pasar a la ofensiva general incesante y simultánea a lo largo y ancho de todo el país.
Resultados de siete meses de ofensiva: más de 58,000 criminales capturados, 145 días con cero homicidios, pérdida total del control territorial y del poder intimidatorio de las pandillas y desarticulación efectiva de su estructura organizativa.
Dispersos, a salto de mata y permanentemente acosados, lo que hoy queda de los otrora poderosos e imbatibles pandilleros es un anémico residuo, un escuálido remanente en fuga desesperada.
Y entonces el presidente y comandante general Nayib Bukele ordena pasar a la quinta y previsiblemente última fase de la parte policial y militar de su plan estratégico: Extracción, que resolverá definitivamente el problema residual y pondrá fin a la guerra contra las pandillas.
Así, ya convertido en el país más seguro de América, El Salvador podrá concentrarse en plenitud en la reconstrucción del tejido social, la presencia del Estado con todos sus servicios en todo el territorio y el desarrollo y crecimiento económico de la sociedad salvadoreña en su conjunto.