Cuando varios convoyes pusieron rumbo ya a París desde ciudades como Niza, Bayona o Perpiñán, este movimiento está en el punto de mira de las autoridades por su posible cercanía con la protesta social de los «chalecos amarillos», que sacudió Francia en 2018 y 2019.
Las fuerzas de seguridad pondrán «en marcha un dispositivo específico» de viernes a lunes «para impedir el bloqueo de calles, para multar y para detener a quienes infrinjan esta prohibición», anunció la prefectura de policía de París, que pidió «firmeza» a los agentes.
«Iremos a la capital pase lo que pase», aseguró a la AFP Adrien Wonner, un basurero de 27 años de Normandía (oeste), para quien el objetivo es «hacerse oír» y «no bloquear». «Ninguna ley nos impide tomar el coche y pasar el fin de semana en París», abundó Michel Audidier, de 65 años.
A dos meses de la elección presidencial, uno de los temores en Francia es que la protesta se amplíe también a la cuestión del poder adquisitivo, la principal preocupación de los franceses según los sondeos y que ya galvanizó a los «chalecos amarillos».
Rémi Monde, uno de los iniciadores del movimiento, indicó a la AFP que su principal reivindicación es la retirada «de todas las medidas de coacción o presión vinculadas a la vacunación», aunque también evocó el poder adquisitivo y el costo de la energía.
«Nos están robando muchas libertades en base a pretextos que no tienen nada de científicos, ni mucho menos médicos», dijo a la AFP Xavier Le Gregam, un jubilado que participa en el convoy de coches y caravanas que entre bocinazos partió este jueves de Brest (oeste).
Aunque las protestas contra las restricciones han sido minoritarias en dos años de crisis, un sondeo a mediados de enero de IFOP para Le Journal du Dimanche señala que sólo un 58% de los franceses, sobre todo simpatizantes del gobierno– apoya el pasaporte de vacunación.