Apartir de 2019, con la administración de Nayib Bukele en su primer mandato presidencial, inició un proceso de reconstrucción del Estado salvadoreño tanto a nivel de estructuras como de superestructuras políticas, sociales y económicas, vinculantes entre sí. Negar la existencia de este proceso, que se profundizó conforme avanzó el quinquenio 2019-2024 ya es pura necedad.
Muchas de esas transformaciones están a la vista, de cuyos beneficios gozamos tangiblemente todos los salvadoreños, desde transitar con seguridad en el territorio nacional hasta prever un futuro más promisorio para las nuevas generaciones.
En lo político, con la derrota democrática del binomio ARENA-FMLN se abrió una nueva forma de gobernanza, teniendo en el alto apoyo popular su principal columna, pues sustenta el ejercicio del poder. Los niveles de aprobación para con el Ejecutivo —consignados en los resultados de encuestas— son más que evidencia de que el modelo y forma disruptivos de Bukele han suplantado a los obsoletos capitalistas y socialistas en nuestro país, con todas sus variantes, que fueron aplicados durante 20 años tricolores y 10 rojos, que en esencia quedaron desfasados por no cumplir su objetivo básico: resolverle a la población sus problemas para mejorar su status de vida.
Se profundizó el cuestionamiento de la funcionalidad del sistema con sus teóricos pesos y contrapesos. Continuar defendiendo este modelo «per se» es señal de incapacidad ante la realidad que cambia de forma permanente. Hay nuevas figuras de interrelación entre los poderes estatales, funcionales solo si favorecen la transformación por un nuevo país, que constituyen otra columna vertebral del proceso que inició con la expresión electoral de los ciudadanos; o sea, el soberano.
En lo social, resolver el problema de la inseguridad colocando al país en el primer lugar de los más seguros en el hemisferio occidental dio paso a intervenciones en infraestructura escolar, sanitaria y vial sin exponer a los trabajadores a las amenazas que grupos terroristas hacían cuando actuaban a mansalva. Desarrollar obras en dichos sectores es producto de la demanda natural tanto de la población como de los inversionistas que buscan, una vez tomada la decisión de venir al país, tener garantías para sus capitales. Las escuelas ya no son blanco de los criminales para el saqueo o reclutamiento de alumnos, amenazas a docentes o ambiente de zozobra constante. El trabajo del despacho de la primera dama está generando cambios profundos en la atención de la infancia en todas sus etapas.
Aun cuando ciertas voces lo nieguen, en El Salvador hay libertad de expresión. Solo basta ver las redes sociales para confirmar que incluso algunos personeros naturales y jurídicos pasaron de la libertad al libertinaje. Todos los días se publican narrativas en distintos medios que dan a la población suficientes elementos para hacer valoraciones de juicio y tomar decisiones de cara a las elecciones de 2027 y 2029.
La oposición social-política se expresa abiertamente sobre cualquier tema, y marchan por diversas demandas. Claro que no pueden imponerle a la población que acepte sus planteamientos, por muy equilibrados que suenen, pero al menos enriquecen el debate y, lo que es mejor, validan la libertad que hay para expresarse. Podemos confirmarlo también en cada plenaria de la Asamblea Legislativa.
En lo económico, eliminada la traba de la inseguridad, vienen las inversiones, crece el turismo a niveles históricos, la interconectividad (terrestre, marítima, aérea, virtual) se encuentra en su mejor momento de desarrollo, hay proyectos agresivos que tienen su imagen más palpable en la ampliada Área Metropolitana de San Salvador, en Surf City fase 1, y en los centros históricos de las cabeceras departamentales. También son palpables en obras emblemáticas para el desarrollo del país, como los periféricos Claudia Lars y Gerardo Barrios, viaducto Francisco Morazán, Surf City 2, nuevo Aeropuerto del Pacífico, futuro Tren del Pacífico, nuevo sistema de transporte metropolitano en camino, producción de energía eólica y solar…
Sin duda se quedan fuera de este texto muchas transformaciones que el Ejecutivo impulsa y que constituyen el fundamento de la nueva república, el cual hay que solidificar, sin volverlo pétreo.