El mundo se encuentra en un torbellino de complicaciones, unas provocadas y otras inesperadas. Ningún país ha quedado intacto. Tanto los desarrollados como los subdesarrollados están sufriendo las consecuencias en diferentes escalas y proporcionales con su tamaño.
Cuando los países se estaban recuperando de la pandemia de la COVID-19, unos más rápidos que otros, no solo en cuanto a la salud, sino también en el aspecto financiero, se subió al «ring» la conflagración de Rusia-Ucrania que desencadenó una nueva crisis, y dejó frágiles muchos sistemas económicos.
Ahora, las proyecciones de crecimiento descienden mientras observamos una inflación mundial galopante de la que no escapan ni las grandes potencias que no encuentran cómo salir del laberinto y, lejos de eso, sufren el endurecimiento monetario rápido. Los organismos de investigación serios han confirmado que, para el caso, Estados Unidos sufre la escalada de precios más alta en 40 años, y que el alza golpea en igual medida a los países europeos, asiáticos occidentales y latinos.
Se calcula que la inflación global alcanzaría 6.7 % en 2022, más que duplicando el índice de 2.9 % registrado durante la década de 2010-2020.
Y es que el conflicto bélico en Europa está desencadenando una camándula de dificultades que pone en jaque al mundo. El incremento de los precios de los productos tanto de la canasta básica como de otros insumos y la materia prima es consecuencia de varios factores internacionales: problemas en la logística y el transporte, en la cadena de suministros, el aumento de los precios del petróleo y sus derivados, así como de la energía, el endurecimiento de las medidas económicas como castigo por el conflicto, entre otros.
Esto, además, está provocando que algunos países desarrollados y subdesarrollados que son importadores de materia prima y alimentos comiencen a cerrarse, acaparando para sí los productos de los que dependen muchas naciones. Los resultados comienzan a sentirse, pues ya se escucha de escasez alimentaria y de crisis humanitaria.
Sin duda alguna, la escalada de los precios presenta un desafío monumental para cada nación, principalmente cuando hay una afectación desproporcionada en los hogares de bajos ingresos.
El Salvador también lucha contra esos formidables gigantes internacionales. Pero, de igual forma como lo hizo con la COVID-19, el Gobierno del presidente Nayib Bukele implementa medidas económicas anticipadas que han dado alivio al bolsillo de la población.
¿Cuánto pagarían los salvadoreños por el galón de combustibles si no hubiera absorbido el incremento generado por los altos precios del petróleo a merced y capricho de los productores mundiales? ¿De cuánto sería el impacto en el alza de los precios de los alimentos y de otros productos si no se hubiera subsidiado la compra de combustible? ¿Cuánto valdría el pasaje de transporte, la factura eléctrica, el agua, el gas propano?
El presidente y su Gabinete mantienen permanentes reuniones para evaluar la situación y analizar medidas posibles para paliar la crisis global que afecta al país. Al tiempo que ejércitos de supervisores de la Defensoría del Consumidor, del Viceministerio de Transporte y de los ministerios de Economía y Agricultura recorren el territorio nacional para evitar las alzas injustificadas y los acaparamientos.
También se ejecutan medidas económicas y diferentes financiamientos que están beneficiando a agricultores, ganaderos, caficultores, micro y pequeñas empresas.
Estoy seguro de que con la capacidad y la visión que caracterizan al presidente de los salvadoreños continuará encontrando y aplicando medidas certeras en beneficio de la gran mayoría de la población. También sé que los salvadoreños confían en que saldremos adelante, pues tienen un líder que no se duerme en la silla, que no vive en el ambiente de placeres como sus antecesores. Es un estadista que encomienda su día a día al Todopoderoso para luchar contra los gigantes mundiales.
P. D.: A los del 3 %: águila no caza moscas.