La calle donde se encontraba la casa de Rutilio Grande y sus abuelos está llena de recuerdos, ya que ahí jugaba el mártir cuando era niño, simulando que era sacerdote y que celebraba misas. A estos juegos se sumaban los vecinos, quienes eran los feligreses; entre ellos, Gladys Tejada, quien vio crecer al padre Rutilio y fue muy amiga de sus abuelos. Ella fue quien llevó al mártir cuando era niño a sus primeras clases de catecismo en la iglesia.
Luego, cuando Grande se convirtió en sacerdote, ella colaboró durante años en la iglesia de El Paisnal y recuerda que él tenía un gran sentido del humor. En una ocasión, él le hizo una broma con unos panes. «Un día yo le dije “me da dónde tener estos sándwiches”, porque eran para los niños de la catequesis, y él me dijo que se los iba a comer, y luego los escondió en una bolsa que estaba en lo alto. Cuando yo le pregunté por los panes, él me dijo que no los había visto, que quizá alguien se los había llevado. Después estaba va de reírse porque él los había escondido, luego me los entregó», recordó Tejada.
Gladys formaba parte del coro de la iglesia, y cuando el padre Tilo, como le decían al padre Rutilio, llegaba a la misa, le dedicaban unos cantos especiales. «Recuerdo que uno de los cantos decía “padre Tilo ya llegó, toca la campana, din don dan”, y él se reía y me decía que de dónde me había inventado ese canto», comentó.
Ella fue muy cercana al beato, por lo que su asesinato fue un episodio muy difícil de afrontar. El día del martirio, el 12 de marzo de 1977, Gladys iba en la carretera hacia El Paisnal unos minutos después del asesinato, por lo que vio los cuerpos de los beatos. Según narró, ese hecho afectó su salud. «Para mí fue duro. Yo me caí, y en la casa yo no reconocía a mi mamá. Me sentía tan mal. Cuando se dieron cuenta de eso en la iglesia, mucha gente se puso muy mal. Todos estábamos muy tristes», comentó.
Durante años, ella ha mantenido viva la memoria del padre Tilo, y el día que anunciaron su beatificación, ella recibió la noticia con mucha alegría. «Yo me sentí tan feliz, hasta lloré. La siguiente vez que visite la iglesia, él estará en los altares», narró.
Considera que del padre aprendió la humildad, pero sus recuerdos más preciados con él son de aquellas tardes de juegos en la calle, cuando Rutilio era un niño y soñaba con ser sacerdote.