Quetzalcóatl es una deidad común entre diversas civilizaciones indígenas mesoamericanas, incluyendo, por supuesto, la salvadoreña. Por una parte, el nombre hace referencia al dios creador del hombre, a la Serpiente Emplumada, al Señor de la Aurora y la Serpiente Nube de Lluvia, al que dio al hombre el maíz, el pulque y el calendario.
Quetzalcóatl también alude a figuras de hombres de carne y hueso que existieron hace milenios, y uno de ellos es el centro de la historia y la acrópolis que existió en Güija, una zona ahora convertida en lago, el cual atesora grandes vestigios incluso bajo las aguas que lo forman.
No se sabe cuántos Quetzalcóatl-hombres existieron ni cuándo comenzó la tradición de asumir el nombre de la más grande de las deidades indígenas; no obstante, solo hombres poderosos lo asumían, sobre todo príncipes y sacerdotes que rendían culto a la Serpiente Emplumada.
Hace siglos llegó a El Salvador un Quetzalcóatl-hombre que se asentó en Güija e hizo del lugar una tierra más sagrada de lo que ya era, donde los petrograbados son signos inequívocos de la importancia religiosa que tuvo el sitio y donde se encuentran cientos de figuras de serpientes, en clara alusión al dios Quetzalcóatl.
La historia del personaje está atada a la misma mitología indígena que habla del bien y el mal, de la luz y la oscuridad, de las más antiguas deidades; en este caso, entre Quetzalcóatl, el dios bueno, y Tezcatlipoca, el dios oscuro «sembrador de discordias».
Así como en la Tierra hubo Quetzalcóatl-hombres también hubo Tezcatlipoca-hombres. Uno de estos últimos usó artimañas para vencer al príncipe, y este, derrotado, decidió abandonar su tierra, en México, para radicarse en lo que antiguamente se conoció como Tlapallán, la acrópolis ubicada en lo alto de la isla de Igualtepeque, y a los pies de esta (en casi todo su alrededor, sobre todo al este), cientos de piedras talladas.
«La mitología narra la lucha entre Quetzalcóatl y Tezcatlipoca. Dice que Quetzalcóatl, vencido, decide volver a su hogar, a Tlapallán, que ahora es Güija», relata con mucha pasión Edgardo Quijano, el máximo investigador de la acrópolis en Santa Ana.
Quijano, quien se define como profesor de la historia del arte, indagó por décadas Güija y se especializó en los petrograbados. Hizo registros de cientos de figuras talladas en las piedras, pero lo más importante es que ha logrado interpretar, leer y hasta identificar narrativas en las talladuras.
El investigador logra reconocer figuras aisladas, pero también hila, poco a poco, los grupos de imágenes de las rocas, las cuales en ocasiones envuelven toda la piedra. Es decir, toda la superficie de una piedra puede tener una secuencia de figuras.
En 1992, para la conmemoración de los 500 años de la llegada de los españoles a América, el exhaustivo trabajo de Quijano dio vida al libro «Las estrellas y las piedras», que constó de 800 ejemplares que se imprimieron en la Dirección de Publicaciones e Impresos (DPI) del Estado. El escritor Ricardo Lindo (ya fallecido) figura como coautor.
En las primeras 43 páginas, Quijano hace un increíble viaje al pasado según los antiguos escritos (de los primeros españoles que llegaron al llamado Nuevo Mundo) que hablan sobre la acrópolis, sus habitantes, el arte en las piedras, la rica mitología, el simbolismo, la historia del lago (su origen), la presencia de diversas culturas mesoamericanas en el sitio… en fin, una magnífica investigación bibliográfica, «in situ» y, por supuesto, imágenes calcadas de las piedras.
En el libro se presentan apenas 39 imágenes de cientos que rescató Quijano. Según sus cálculos, registró entre 500 y 800 figuras aisladas en 50 rocas.
¿El último Quetzalcóatl-hombre?
En el libro «Las estrellas y las piedras», el autor Edgardo Quijano señala: «Se piensa que los más primitivos petroglifos fueron grabados por pueblos errantes. Pueblos cazadores, pescadores, recolectores de frutos iban siguiendo las rutas del agua necesaria. De ahí que los petroglifos se encuentren generalmente en la proximidad de las aguas. Deidad acuática, la serpiente es tema habitual en los petroglifos».
Agrega que la Serpiente Emplumada (el dios) está representada en variadas formas. Además, se ha tallado solo o junto a otros seres que representan figuras humanas, en versiones infantiles.
El Quetzalcóatl-hombre que se asentó en la acrópolis de Santa Ana también es abordado en el libro. Quijano reproduce un fragmento de una carta que el cura Brasseur de Bourburg preparó sobre la «misteriosa tierra de Tlapallán [ahora Güija]» y el poderoso ser que la habitó.
El religioso escribe desde Santo Tomás Chichicastenango: «Uno de los hechos más interesantes que por este medio he logrado descubrir es la certidumbre de que la misteriosa tierra de Tlapallán, que no se sabía dónde estaba, estuvo precisamente situada en la América Central, y que bajo aquel nombre deben tenerse los países contiguos a Guatemala, a Honduras y a El Salvador. En estos países se refugió Topilzín (Acxitl) Quetzalcóhuatl, último monarca de los toltecas, a fines del siglo undécimo; y tengo las más decisivas pruebas históricas para asentar que habiendo fundado este príncipe un nuevo reino (acoto: Payaqui) con los restos de los toltecas, estableció su capital en las fronteras de Guatemala, Honduras y El Salvador, no lejos de Copán y de la laguna de Güija».
Quijano aclara que el Quetzalcóatl-hombre, «cuando es expulsado del Anáhuac, lo recibieron en El Salvador con el nombre de Nacxit Topilzín».
Dentro de su libro, el autor también cita a fray Bernardino de Sahagún, quien fue «uno de los primeros predicadores del Santo Evangelio en aquellas regiones [América]», cuyos escritos dieron vida a un libro en 1829, en México. Este libro se llama «Historia general de las cosas de Nueva España», y es un minucioso registro de cómo eran la vida, los ritos, los sacrificios, la cosmovisión de los antiguos habitantes de la América que conocieron los españoles. El ejemplar original se produjo en la «Imprenta del Ciudadano Alejandro Valdés, calle de Santo Domingo y esquina de Tacuba».
Las versiones humanas de ambas deidades, el desenlace de su lucha es lo que explica la fuerza que cobró Tlapallán o tierra sagrada de Güija con la llegada del derrotado Quetzalcóatl-hombre.
«¿Desde cuándo datan las imágenes de Güija? La gran mayoría parece situarse en un mismo horizonte cultural, cuando las grandes religiones de Mesoamérica aún no han tomado forma. De petrograbados muy similares a los de Güija, en Nicaragua, el arqueólogo Joaquín Matilló Vila ha estimado que pertenecen al período paleoindio, siete mil años antes de Cristo. Tanto la similitud estilística como la proximidad geográfica nos hacen creer que debemos extender sus consideraciones hasta Güija», expone Quijano en su obra «Las estrellas y las piedras».

LA HUMANIZACIÓN DE UN DIOS
En el apartado «Libro primero en que se trata de los dioses que adoraban los naturales de esta tierra», Sahagún narra sobre el Quetzalcóatl-hombre.
«Este Quetzatcoatl, aunque fue hombre, teníanle por dios, y decían que barría el camino a los dioses del agua, y esto adivinaban, porque antes que comienzan las aguas, hay grandes vientos y polvos […]. Los atavíos con que lo aderezaban eran los siguientes: una mitra en la cabeza, con un penacho de plumas que llaman quetzalli: la mitra era manchada como cuero de tigre, la cara tenía teñida de negro y todo el cuerpo: tenía vestida una camisa como sobrepelliz labrada, y no le llegaba más hasta la cinta: tenía unas orejeras de turquezas, de labor mosayco: tenía un collar de oro, de que colgaban carocolitos mariscos preciosos. Llevaba a cuestas por divisa un plumaje, á manera de llamas de fuego; tenía más, unas calzas desde la rodilla abajo de cuero de tigre, de las cuales colgaban unos carocolitos mariscos: tenía calzadas unas sandalias teñidas de negro, revuelto como margagita: tenía en la mano izquierda una rodela, con una pintura con cinco ángulos, que llaman el Joel del viento. En la mano derecha tenía un cetro a manera de báculo de obispo: en lo alto era enroscado como báculo de obispo, muy labrado de pedrería; pero no era largo como el báculo, parecía por donde se tenía una empuñadera de espada: era este el gran sacerdote del templo».
TEZCATLIPOCA
Fray Bernardino de Sahagún habla, también, de este dios contrario a la Serpiente Emplumada. «El dios llamado Texcatlipoca era tenido por verdadero dios e invisible, el cual andaba en todo lugar del cielo, en la tierra y en el infierno, y temían que cuando andaba en la tierra, movía guerras, enemistades y discordias, de donde resultaban muchas fatigas y desasosiegos: decían que él mismo incitaba á unos contra otros para que tuviesen guerras, y por esto le llamaban Necocyuatl, que quiere decir sembrador de discordias de ambas partes, y decían él solo ser, el que entendía en el regimiento del mundo, y que él solo daba las prosperidades y riquezas, y que él solo las quitaba cuando se le antojaba».