En antiguas culturas, morir con dignidad y honor era algo prioritario, ya que salvaba su nombre y el de su familia. Los samuráis, cuando estaban acorralados, preferían matarse para no ser capturados: el harakiri.
Los partidos políticos tradicionales por los últimos 30 años, con cada acción que realizan, cavan más su tumba, que está hecha y lista desde hace un tiempo. Con cada ataque que hacen, cada estrategia, cada entrevista que realizan, se ganan más el repudio colectivo.
La percepción que la población tiene de ellos es nefasta, así lo dice la «vox populi», así se respira en la calle y así lo demuestran las últimas encuestas. Si sobreviven el 28-F, continuarán su marcha como zombis.
Sin apoyo de la población, con el voto duro minimizado, cuando el mensaje que transmiten los medios de comunicación a tu servicio ya no cala, con el repudio casi total, y sin margen de recuperación, debes aceptar que has perdido.
Es que hasta en las guerras y hasta con el enemigo debes tener principios, porque si transmitís ser una persona o, en este caso, un partido político carente de dicha cualidad, la confianza se esfuma y es así como llegamos al punto en que nos encontramos actualmente.
La población ya no confía en dichos partidos, no confía en aquellos que fueron enemigos y hoy son mejores amigos, aliados y socios; podemos ser civilizados, diplomáticos y estratégicos, pero traicionar tus ideales y tus convicciones como forma desesperada denota una mentalidad infame, carente de valores.
La Asamblea Legislativa, un órgano fundamental para nuestra democracia, ha perdido la honorabilidad. Una plenaria debe ser un momento solemne, con argumentación técnica basada en derecho, un debate de altura, con respeto, con la finalidad de encontrar acuerdos, con empatía hacia los problemas colectivos, no a los intereses partidarios; sin embargo, estamos acostumbrados a ver lo contrario, y cada plenaria es un triste y absurdo espectáculo más.
Nuestra Carta Magna es sabia en ese aspecto y expresa que una de las características para ser diputado es ser «de notoria honradez e instrucción», cualidades que más de alguno perdió hace mucho tiempo.
En la pandemia nos han usado de moneda de cambio, como mercancía barata, poniéndonos en grave riesgo a mí, a usted y a nuestras familias. Boicotear todo como último recurso, no dejar progresar el país es la peor estrategia que han podido tener; decir no a todo, sin analizarlo jurídicamente, sin hacer una verdadera valoración previa, realizando procesos viciados, distantes de la ley. «Mueran» con honor. Estos meses que les quedan enfóquense verdaderamente en los problemas que aquejan a la colectividad, no en su orgullo ni en su revanchismo. La población se los agradecerá.