Cuando llamen a la tarima de competencia a Herbert Aceituno, el salvadoreño, medallista de oro parapanamericano, se tomará unos segundos para meditar y musitar una oración. Elevará su mirada y sus índices al cielo pidiendo fuerzas no solo a Dios, sino también a su amado padre, Gilberto Aceituno, recientemente fallecido. Después, subirá a la banca, su entrenador Jorge López lo sujetará de los pies y comenzará lo bueno: tres intentos para derrotar a sus cuatro rivales y buscar, minutos más tarde, volver a subir a un podio.
«No se lo pude decir, pero le hice la promesa de que de ahora en adelante competiré en su honor. Espero poder ganar una medalla para poder dedicársela primero a Dios, luego a mi padre, a mi familia, al INDES por todo el apoyo que me ha dado y a todos los que han confiado en mí», dice Herbert, quien buscará una medalla en la categoría hasta 59 kilogramos de la Copa del Mundo de Parapowerlifting Bogotá 2021, que inició este viernes, que concluirá el domingo y que reúne a paratletas de 14 países.
Un buen resultado en este evento le permitirá al paratleta salvadoreño, oro en los Juegos Paparanamericanos Lima 2019, mantenerse en la ruta clasificatoria a los Juegos Paralímpicos de Tokio, la cual inició en 2017.
De momento, Herbert se ubica en la quinta posición mundial. Y a la justa que se celebrará en suelo japonés solo clasificarán los ocho mejores de la categoría hasta 59 kilos.
En el plano deportivo, Herbert le debe mucho a su entrenador Jorge López. Pero lo que Aceituno es como persona se lo debe a sus padres, Gilberto y Marta Celia. «Ellos nunca me escondieron, nunca ocultaron mi padecimiento de acondroplasia e hidrocefalia. A pesar de que cuando nací les dijeron que solo iba a vivir tres días, ellos rogaron al cielo y aquí estoy. Yo soy un milagro de Dios», dice muy convencido el paratleta salvadoreño.
Herbert llevó una infancia relativamente normal. Siempre hubo más de algún comentario en tono de burla por su baja estatura, pero el acompañamiento sobre todo de su fallecido padre fue fundamental para salir adelante.
«Yo era travieso de niño. Me quebré el pie, boté un muro, anduve en patines, siempre probé cosas nuevas, hasta me expulsaron tres veces del colegio», recuerda.
Eso sí, su papá siempre estuvo ahí. Como cuando decidió dejar el fútbol y probar suerte en el levantamiento de potencia, tanto con atletas convencionales como al entrar al movimiento paralímpico. «Mi papá me acompañó cuando me hice la prueba para entrar al Comité Paralímpico de El Salvador», recuerda Herbert.
Una vez que don Gilberto se jubiló de su trabajo de supervisor, el paratleta decidió buscar trabajo. «No quería ser carga para mis padres». Sin embargo, ahí Herbert si vivió cierta discriminación por sus 1.32 metros de estatura. «Yo sé de computación y algo de inglés. Me llaman a entrevistas, pero cuando me ven que soy de estatura baja, me rechazan», lamenta el deportista.
«Sabés que alguien incluso buscó lucrarse con mi discapacidad. Quería compañía pero solo por las noches. No me gustó eso», dice molesto. Pero de todo eso logró salir gracias a los consejos y cuidados de su familia. «La enseñanza más grande que me dejó mi papá fue creer en mí mismo. Me decía que me valiera la demás gente, que me concentrara en mí mismo. Tenía que preocuparme por mi mamá nada más. Las burlas de los demás no importan».
Pero en donde Herbert no sufre discriminación es a la hora de levantar la barra cargada de discos. Aquí en Bogotá, por ejemplo, muchos lo saludan de manera efusiva. De lejos, pero efusivos. Atletas, entrenadores, dirigentes, organizadores. Todos parecen conocer al gran Aceituno. Y todos lo respetan, no solo por sus logros deportivos, sino por su calidad humana.
Este sábado, Herbert intentará superar la marca de 170 kilos, lograda a inicios del año pasado en la Copa del Mundo de Manchester. Y a partir de ahí comenzará la lucha por una medalla contra cuatro rivales más en la categoría hasta 59 kilos. Y todo, en el nombre de Dios. Y de su amado padre.