Entre su valor arquitectónico o la riqueza de su contenido, la lista de los edificios protegidos con el Escudo Azul en el país es amplia y variada entre parroquias, museos, bibliotecas, teatros y parques.
Para ilustrar de qué trata la protección que le da este emblema a los espacios a partir de su valor patrimonial cultural, compartimos dos íconos nacionales: la Casa de las Academias, también conocida como Casa Dueñas y la Parroquia Nuestra Señora de Candelaria, los dos ubicadas en San Salvador.
En total, la lista de los edificios protegidos con el Escudo Azul suma 44 bienes, y están repartidos por todo el país dando cuenta, algunos de ellos, de la vida en siglos pasados.
La Casa de las Academias ya cumplió 100 años de haber sido edificada, lo que la convierte en un monumento y pieza arquitectónica invaluable del art nouveau en la capital.
La Parroquia Nuestra Señora de Candelaria es uno de los pocos recintos religiosos que existen con historia desde épocas preindependestistas. Un espacio invaluable en medio del caos de San Salvador y que tras 143 años sigue deslumbrando con sus detalles y abrazando con la madera de que está hecha. Esta es la segunda parroquia construida en el mismo lugar, la primera se construyó en 1816 y fue destruida por un terremoto en 1873.
100 años del regalo de Miguel Dueñas
El terremoto de 1917 había sacudido la tierra y a su paso derribó la mayoría de los edificios del centro de San Salvador. Eso obligó a la familia de Miguel Dueñas a trasladarse de su residencia a un costado del ahora Palacio Nacional. De lo que se sabe de él es que era acaudalado, quizá vinculado al sector cafetalero, y que era parte de la poderosa familia Dueñas.
El traslado se hizo para el Campo Marte, que luego se dividió dejando a un lado la Villa Dueñas (ahora el Centro Cívico Cultural Legislativo), y la Casa Dueñas, siempre sobre la Alameda Juan Pablo II. La casa se construyó para 1919 como un regalo de bodas de parte de Miguel hacia su hija Eugenia Dueñas.
La boda nunca sucedió y la casa edificada en una arquitectura que encarna perfectamente el art nouveau de las casas de los acaudalados en San Salvador se quedó sin estrenarse. Allí empezó una época de gloria para la casona que sería arrendada por delegaciones diplomáticas, expresidentes como Richard Nixon y Lindon B. Johnson, y los artistas de cine Clark Gable y Tony Curtis. Era una mansión como pocas en El Salvador, en su época.
Riquelmy Colorado, administrador de la Academia Salvadoreña de la Historia, relató que, posteriormente la casa se entregó a un ente colegiado de arquitectos quienes la dejaron en abandono y pasó por un periodo de penumbra hasta ser habitada por indigentes.
Era 1993, y la guerra civil también había contribuido al abandono. La casa permaneció así hasta el año 2000, cuando el entonces encargado de Cultura, Gustavo Herodier, junto con la Cooperación Española, tomaron como propio el proyecto de revitalización de la Casa Dueñas.
El proyecto también tenía en la mira convertirla en un espacio para las academias, en este caso la Academia Salvadoreña de la Lengua Española y la Academia Salvadoreña de la Historia.
Colorado explica que, desde entonces, la casa ha sido entregada en comodato a la primera. Cultura entrega cada año $5,000 a cada academia, y en el caso de la de Historia recibe apoyo de la Universidad Tecnológica para funcionar. Actualmente, la casa centenaria requiere de nuevas reparaciones como consecuencia de las tormentas que ha soportado en los últimos años.
Colorado explica que, en conjunto con la directora de la Academia de la Historia, María Eugenia López, están ejecutando una investigación y búsqueda de fondos para levantar una carta técnica que detalle, a fondo, el nivel de restauración que se requiere. Las estimaciones, solo en reparaciones, rondarían el medio millón de dólares.
Detalles únicos
Los detalles que posee la vuelven única y un deleite al entrar. Desde la fachada, con los balcones, las cornisas (aunque en deterioro) aún dejan ver lo hermosas que eran. Los arcos a cada lado y una breve escalinata de mármol permite el ingreso. Hay pisos de madera, ventanales, puertas amplias. Al entrar es imposible no admirar el pasamanos en una forma delicada de caracol. Es la expresión más franca del art nouveau.
Aún se conserva un reloj de pared y la casa en sí tiene un encanto que invita a querer conocer más sobre sus orígenes. Al transitar por la zona, la casa sobresale. Es como una señora de 100 años, elegante, con perlas en el cuello y un impecable peinado alto con su cabello gris en medio de la ciudad.
La Candelaria, 143 años de historia y fe
En el barrio Candelaria, sobre la avenida Cuscatlán y el bulevar Venezuela, atrás del cemento gris sobrevive un templo no solo de fe, sino también de historia. La Parroquia Nuestra Señora de Candelaria ha tenido dos edificaciones, la primera se construyó en tiempos de la colonia, en 1816, pero el terremoto de 1873 la bota y se queda esperando uno nuevo hasta 1879.
Esa parroquia sobrevive hasta la fecha y ya suma 143 años de ser parte del devenir y de la fe de los feligreses de varios barrios históricos en el centro de la capital.
Con la construcción de un paso a desnivel justo frente a ella, a veces suele pasar desapercibida, pero su belleza y su antigüedad es evidente, incluso al pasar con un vehículo cerca de ella. Sus paredes internas son un alfarje, es decir, es madera organizada de manera artística y uniforme que, desde la parte principal, crea un efecto acogedor, como si las paredes no están lejos y abrazan con toda la calidez de su barniz café.
La fachada es una parada obligatoria para observar las columnas, el entablado con su lacería floral, las puertas de madera con sus paneles superiores e inferiores cada uno de ellos bellamente decorado con otras piezas de madera calada con una flor al centro y hojas de acanto alrededor. La cúpula, que alberga dos campanas y un reloj para reparar, se asoma al verla desde el frente, pero se aprecia más al verla desde los laterales de la iglesia.
El recorrido por la parroquia no sería la misma sin el compañero de prédica de la Candelaria por los últimos 40 años, el padre Fernando Díaz. Él conoce palmo a palmo sus detalles como el fragmento del piso original de ladrillos de barro rojo que quedó al descubierto como una ventana arqueológica. También sabe del espacio donde investigadores de patrimonio cultural encontraron un cuerpo del que no se tiene registro, pero que debió haber sido importante para estar adentro de la iglesia.
De hecho, hay un mueble en el que se conservan las reliquias y todos los utensilios de la liturgia con las iniciales P.E.C.D.L:I.D.C y la fecha 1891. Tiempo después, el padre Fernando tendría de manera inesperada la información de un feligrés que construyó la iglesia era Pascasio González Erazo, pintor y escultor.
El padre Fernando llegó a la parroquia cuando tenía 50 años. Ha sido testigo de una restauración por parte del Ministerio de Cultura y la cooperación española. Los domingos sigue oficiando la misa y esperando a que los feligreses lleguen a este templo histórico y de fe desde hace dos siglos.