El proyecto para reconstruir el Palacio Nacional luego del incendio de 1889 se dio en la administración de Tomás Regalado, quien encomendó a Pascasio González Erazo la elaboración de planos para el nuevo edificio. La construcción del segundo o actual fue gracias al presidente Pedro Escalón, el cual hizo punto principal de su gestión político-administrativa la construcción de un nuevo Palacio Nacional; para ello sacó a concurso el plano y diseño del futuro edificio, siendo los ganadores el ingeniero José Emilio Alcaine y el general José María Peralta Lagos, los cuales en 1905 iniciaron la construcción.
El proyecto se realizó con fondos propios, se destinó que para las obras de albañilería y carpintería serían empleados obreros salvadoreños; sin embargo, la parte metálica (barandales, portones, estructura de hierro y láminas troqueladas) y las escalinatas, planchas, mármoles, granito y obras ornamentales serían traídas de Europa, por lo que se le encomendó al ingeniero y general José María Peralta Lagos ir a ese continente y comprarlas.
En 1905 comenzaron los trabajos de construcción del nuevo Palacio Nacional; para el 15 de septiembre de 1906 toda la estructura metálica del edificio estaba ensamblada y concluida. Para dichos trabajos se contrataron dos técnicos alemanes, quienes capacitaron a los obreros salvadoreños en las nuevas técnicas constructivas.
Los materiales que se utilizaron en la construcción fueron lámina troquelada estampada para los cielos falsos, herrería para los balcones, barandales y antepechos de hierro forjado que se importaron de Bélgica, al igual que las lámparas tipo araña de cristal cortado a mano; los marcos, escaleras, zócalos, mosaicos, pedestales, balcones, y ornamentos fueron elaborados en mármol de carrara, así como las columnas de granito ubicadas en el interior del acceso principal. Las pinturas murales que se realizaron en todas las paredes interiores de los más de 100 salones fueron hechas por artesanos salvadoreños.
Se concluyó en 1911 en la administración del presidente Fernando Figueroa; de tal manera que para el 1.º de marzo de 1911 el actual Palacio Nacional fue inaugurado, durante la administración de Manuel Enrique Araujo.
La obra fue tan bien calculada y planificada que se logró hacer un edificio antisísmico, ya que resistió los terremotos del 6 de septiembre de 1915, 7 de junio de 1917, 28 de abril de 1919, 3 de mayo de 1965, 19 de junio de 1982, 10 de octubre de 1986, 13 de enero de 2001 y 13 de febrero de 2001.
Esto debido a que se esmeró en profundizar las fundaciones de piedra, cemento, grava, arena en las cuales empotró las almas de acero del cuerpo del edificio y la mezcla de argamasa se vació en proporciones técnicas específicas; además, la flexibilidad de la estructura metálica que lo hace oscilar durante los sismos se debe al sistema de estructura denominado Ploubalette, consistente en un armazón o estructura metálica construida por perfiles de hierro de diferentes formas que proporcionaron al edificio mayor seguridad estructural.
Desde su inauguración en 1911 hasta 1980 el Palacio Nacional fue el centro del poder político del país, albergando el Ministerio de Gobernación, Ministerio de la Defensa, Corte Suprema de Justicia y Asamblea Legislativa; sin embargo, se le fue restando importancia, es así como en 1974 la Asamblea Legislativa abandonó definitivamente el Palacio Nacional y ya para 1980 se decretó como monumento nacional y pasó a manos y custodia del Ministerio de Educación, culminando 70 años de historia política y burocrática del edificio, y se convirtió en un monumento nacional de El Salvador.
El Palacio Nacional carga una rica historia en la cual mujeres, hombres, políticos, militares y académicos han vivido y respirado dentro de sus puertas la historia de El Salvador, es así como, a pesar de ya no ser un actor político, continúa siendo en las mentes de muchas personas un signo de poder, por lo cual recibió las agresiones de turbas enardecidas que lo apedreaban e incluso destruyeron las estatuas de Cristóbal Colón y la reina Isabel, pero a la vez recibe a historiadores, sociólogos, arquitectos y demás académicos interesados en la historia de El Salvador.
El valor histórico, cultural, social y económico del actual Palacio Nacional radica en recordar que fue el centro de poder del Estado en la medida que estaban reunidas en su sede la mayoría de los órganos y dependencias gubernamentales, tuvo la función de mostrar la bonanza económica y cultural del país al ser la carta de presentación de El Salvador al mundo, ya que difundió y exaltó el progreso de la sociedad salvadoreña convirtiéndose así la República de El Salvador en la vanguardia cultural, económica y política de la región; por lo tanto, las razones de la construcción de los edificios del Palacio Nacional reflejan la idiosincrasia, anhelos, pensamientos, deseos de los salvadoreños.
Además, tiene un valor estético al ser expresión de la belleza y simetría como un monumento nacional. A pesar de que para el 8 de julio de 1980 todas las dependencias gubernamentales habían vaciado al Palacio Nacional de su carácter y papel político, se le dio otro papel, y ese era de convertirse en el rostro cultural del país.
Actualmente tiene un carácter de orgullo público y nacional, y eso se comprueba en que fue ahí donde se le dio un viraje decisivo a la historia de El Salvador, al darse por primera vez la ceremonia de investidura del presidente Nayib Bukele, donde decenas de miles de salvadoreños fueron testigos y juraron cambiar a El Salvador y hacer historia.
Con la reconstrucción del palacio se vuelve a tener esa mística de identidad nacional, pues simbolizará a la sociedad actual, mientras mantiene una continuidad y vínculo entre el pasado y el presente. Asimismo, representa un potencial turístico de primer orden para el desarrollo socioeconómico salvadoreño.
Es una lástima que los detractores de las grandes transformaciones del país se opongan a las mejoras al Palacio Nacional, demostrando que su odio es tan grande que prefieren verlo en la ruina, rodeado de desorden y basura.