NUEVA JERSEY, EE.UU. – Las primeras noticias eran lejanas y hasta parecían de ficción: un mortal virus estaba matando gente en China.
En cuestión de semanas era cada vez más cercano. Las redacciones de noticias buscaban expertos por doquier para intentar entender qué pasaba, sin imaginar siquiera que era solo el comienzo en el giro radical que poco después daba la vida de cada uno de nosotros.
Ninguno quedó fuera. Afortunados los que no se contagiaron. De luto los que perdieron amigos, familiares, vecinos, colegas sin poder acompañarlos en la agonía.
Hoy todavía convalecientes los que sobrevivieron al COVID-19, pero siguen con secuelas y trastornos de todo tipo, desde ansiedad y depresión hasta cansancio, pasando incluso por el sobresalto que representa saber que algo pasó en el cuerpo pero no consiguen a ciencia cierta saber las repercusiones ni hasta dónde los dañó.
Este jueves 11 de enero, se cumple un año desde que la Organización Mundial de la Salud declaró una pandemia. Desde entonces hemos llorado, inventado escenarios, rutinas de ejercicios o bailes para no sucumbir, pero sobre todo hemos crecido como seres humanos.
No sospechábamos que algo invisible -lo esencial es invisible a los ojos- detendría nuestras vidas, paralizaría las economías. Sabernos obligados al aislamiento fue, tal vez, de los males el menor.
Los afortunados seguimos con nuestras profesiones desde la casa, nos acercamos a la familia y hasta aprendimos a apreciar el buen estado de salud.
Muchos, sin embargo, quedaron sin trabajo o debieron reinventanse para subsistir. La pandemia impactó a nuestra región. En muchos de los países latinoamericanos colpasaron hospitales y servicios funerarios. Cuarentenas que parecían interminables nos mostraron cuán vulnerables somos.
Un día como hoy, hace un año, se habían reportado unos 125.000 casos confirmados de COVID-19 y poco más de 5.000 muertos. Doce meses después, 117 millones de personas se han infectado en todo el mundo y el coronavirus ha cobrado la vida de más de 2,6 millones, según la Universidad Johns Hopkins.
Las vacunas son una esperanza pero todavía no está al alcance de todos. Subsiste la desigualdad entre países de América Latina, donde los más desarrollados salen favorecidos. Chile lidera la lista entre sus vecinos, con más 4 millones de vacunados, lo que supone un total del 21% de su población, según datos entregados por el Departamento de Estadística e Información de Salud de esa nación.
Mientras esperamos la vacuna, todos soñamos con la nueva normalidad, los abrazos, los almuerzos familiares, la reuniones de amigos y hasta el café con los colegas en la oficina. Y a la vez, no nos queda claro todavía cuándo llegará el día en que ya no será necesario el distanciamiento social ni el uso de las máscaras.
A un año de la pandemia, la Voz de América compila en su especial «Héroes del COVID-19 en América Latina», historias y rostros de hombres y mujeres que este año consagraron sus vidas a servir a los más necesitados.
Médicos, enfermeras, paramédicos, repartidores de alimentos, filántropos y activistas humanitarios, mujeres que se unieron para apoyarse y emprender cuando quedaron sin empleos, dan forma a esta serie que quiere contar la región por dentro, con sus debilidades, desafíos y también sus fortalezas.
El COVID-19 sigue siendo una sombra que acecha y se debate con el instinto vital que nos conduce a la luz … al final del túnel.
«Todos somos héroes», dijo a la VOA Krisell Contreras, una infectóloga venezolana que vive y trabaja en Cúcuta, Colombia. «Uno se siente realmente como un sobreviviente de un desastre o de la catástrofe que ha sido la pandemia».