Diariamente, miles de mexicanos se enfrentan a la violencia, al desempleo y a la discriminación sin importar la región donde vivan. Estas tres realidades son, en cierto sentido, condiciones que nos unen con otros latinoamericanos: a todos nos aquejan cotidianamente, por lo que buscamos huir de ellas de muchas formas, al evitar rutas peligrosas, al sobrevivir con un micronegocio. No obstante, todas esas acciones, por muy pequeñas que sean, no siempre remedian esas condiciones; por ello, algunos deciden migrar ilegalmente a otros países que prometen seguridad, empleo e igualdad.
De esta manera, año tras año, una gran caravana de migrantes centroamericanos atraviesa México para llegar a Estados Unidos, donde esperan obtener un buen trabajo que les permita vivir y mandar dinero a sus familiares. Si bien los migrantes buscan huir de las condiciones precarias y violentas que viven en sus países, al llegar a nuestro país se enfrentan con problemas quizá más graves debido al largo trayecto del sur al norte.
Uno de esos conflictos es la desaparición. Se estima que, hasta 2020, desaparecieron entre 70,000 y 120,000 migrantes. No obstante, esas cifras son aproximadas, puesto que, como menciona Sandra Gerardo, la clandestinidad de su llegada a México ocasiona que no haya datos precisos de cuántos migrantes ingresan por el sur, de qué naciones provienen, cuántos llegan a la frontera norte y cuántos son deportados desde Estados Unidos (https://n9.cl/zaqtf). Aunque no se conoce con exactitud qué pasa con muchos de ellos, se deduce que los hombres son reclutados forzosamente por el crimen organizado y que las mujeres padecen agresiones sexuales que les quitan la vida o las condenan a la prostitución o trata de blancas.
Otros problemas que padecen las personas que atraviesan nuestro país ilegalmente con esperanza de alcanzar el sueño americano son el racismo y las políticas migratorias —derivadas muchas veces del primero—. El primero de ellos se evidenció en las redes sociales: en 2019, algunos mexicanos los amenazaron de muerte y agresión física debido a la diferencia de costumbres y a que se piensa que nos quitan los empleos —idea que se adquirió, me atrevo a afirmar, a causa de nuestro país vecino—. El segundo se mostró desde el gobierno de Obama y se endureció con el de Trump: se obligó a México a firmar un acuerdo para que controlara el flujo de indocumentados desde la frontera sur, y esto ha implicado la violación de los derechos humanos de los migrantes por parte de la policía, incluso tras la toma de posesión de Joe Biden (https://n9.cl/5ybzy). Asimismo, recordemos que se les ha retenido en la frontera norte bajo condiciones deplorables y, además, familias enteras han sido separadas injustamente sin considerar las edades y necesidades de sus integrantes.
Si bien se ha hablado de cambio con Biden, dudo que lo haya. La experiencia migratoria es y seguirá siendo una pesadilla mientras la noción de frontera siga existiendo. Así como Chary Gumeta, poetiza chiapaneca, me llevó a reflexionar sobre este tema, así concluyo con sus versos: «En este Sur inalcanzable / donde parece que no pasa nada. / Todos somos cómplices / en cómo se despetalan las flores impune[me]nte». Quizá, como dice Gumeta, lo único que nos queda es seguir dando los testimonios con hartazgo.