Por José Antonio Castellanos / DePensamiento
El arte cumple múltiples funciones en la sociedad. Tiene el papel de difundir la belleza enriqueciendo la vida del ser humano. También es una herramienta muy poderosa para transmitir mensajes por medio de estímulos estéticos sensoriales que conmueven la consciencia. Con esta premisa nace el proyecto Inocencia sin voz.
Hace algunos años, casualmente, participé en una conversación acerca de los niños que reciben terapia psicológica por maltrato y abuso físico. Así, surgió la inquietud de crear composiciones artísticas que expresen las malas experiencias que viven muchos menores de edad en el mundo. Para que, por medio del arte, se haga consciencia en la sociedad que debemos trascender a una cultura de paz, respeto por la vida y la integridad humana.
En esta ocasión, se presentan algunas piezas con peces en situaciones inesperadas reflejando: soledad, angustia, incertidumbre o inestabilidad emocional. Sentimientos que padecen los niños que no reciben amor de sus padres y que, por el contrario, son cruelmente maltratados físicamente.
Otros cuadros son de carácter onírico, exteriorizan el subconsciente de los inocentes que no son capaces de expresar los traumas que llevan dentro.
También, en este proyecto se aprecian frutos podridos: elementos simbólicos que representan lo peor del ser humano. Hacer uso de poder o estatus para someter indefensos a bajezas es lo más repudiable en nuestra sociedad. El que humilla, azota cruelmente o abusa sexualmente es el fruto podrido.

Las muñecas representan la infancia. Con ellas se describen las pesadillas de los niños que conviven en familias abusadoras. Imágenes huyendo de la realidad en crueles experiencias, señalando a los adultos que carecen de educación para corregir a los menores. Con mensajes subliminales se ejemplifican las prácticas descabelladas de los pedófilos, cuyos instintos bajos destruyen las vidas de seres inocentes.
Esta exposición es un llamado a la conciencia y no debemos permitir que en nuestras comunidades se practiquen medidas brutales para corregir a los menores de edad. Debemos denunciar a los abusadores, no permitir que los violadores de menores queden impunes, sino denunciarlos a las autoridades. Se debe practicar la cultura de la tolerancia en la familia reprender con amor a los pequeños, con correctivos inteligentes que los formen y que no los destruyan.
Debemos reflexionar que la mayoría de los niños maltratados y abusados llevarán por siempre en sus vidas el dolor que les causaron los que debieron cuidarlos y protegerlos.
«Cuando asoma el ocaso»
Por Rogelio Ventura Álvarez / DePoesía
Se marchitan los sueños en la tarde,
se opaca la esperanza allí escondida,
se apagan las ilusiones y luz que arde,
cuando asoma el ocaso de la vida.
Robémosle a esa tarde sus ilusiones,
que el candor y sosiego del ocaso
encienda el esplendor de ensoñaciones,
renazcan esperanzas sin retraso.
Vivamos el pasado, aquellos días.
Añoremos las doradas primaveras,
¡Niñez, juventudes y fantasías!
Retazos de nostalgias sin fronteras,
soñados días que hoy son melancolías
o recuerdos de mi alma, mis quimeras.
«Corinto, origen y encantos»
Por Rogelio Ventura Álvarez / DePoesía

Grecia heredada acaso un nombre bello
al mágico rincón grato del mundo,
a Corinto que es clarísimo destello
o lumbre hecho poema, plácido, jocundo.
En Corinto es más azul su bello cielo,
por su color con alma reluciente,
su azul esplendoroso extiende el velo,
descubre el verso en las sombras refulgente.
El de mi Corinto en más brillante,
su brillo esplendoroso la vida alumbra,
el inmenso fulgor tibio y constante
que descubre las estrellas en penumbra.
Gruta de Corinto, testigo ancestral
de autóctona raza, indígena y fiel
templo de sus dioses de fe firme y leal,
santuario sagrado con luz y vergel.
«Colibrí»
Por Hugo Armando Aguirre Ayala / DePoesía
Chasqui, chasqui,
zumban tus alas
cuando bebes el néctar
de las flores.
Flores palpitantes
que se marchitan
al compás de las agujas
de la juventud.
Pajarito zumbador,
dime de qué color
es el esplendor
que habita en El Salvador.
Pajarito zumbador
qué hermosa es tu canción
en tus alas de sinfonía
de todo tu color.
Revolotea pajarito,
para delante y para atrás,
con música en tus alas
como el arpa de las hadas.
Pajarito literario
llévame estos versos
por todo el vecindario
de flores, lirios y berros.
Vuela, vuela, pajarito
para delante y para atrás,
y disfruta el fragante rito
de las flores, que en corito…
Anuncian la llegada del sol
y partida de tu juventud
que nunca volverá, para atrás
vuela, vuela, pajarito.
Vuela, vuela, colibrí.
«El huisute»
Por Marden Nóchez Bonilla / DeCuento

En mi vida trotamundos, que comenzó cuando tenía 11 años, hay un viaje que recuerdo con una mezcla de vergüenza y orgullo: mi viaje a la aventura campirana.
Mi esposa de extracción campesina, mujer de trabajo de campo, acostumbrada a transpirar bajo el sol desde el amanecer hasta la agonía del astro rey.
Yo, un citadino, apenas si conocía de plantas y, mucho menos, los procesos agropecuarios: preparación del terreno, siembra, aclareo, fertilización, doblado, recolección, desgranado, conservación, comercialización, etcétera. Todo estaba en chino para mí.
Voy a relatarles mi odisea con el maíz. El maíz es un cultivo de unos 7 mil años de antigüedad, cultivo de mucha importancia en Centroamérica, principalmente para elaborar tortillas, alimento de forma plana y circular elaborado con maíz nixtamalizado (cocción del maíz con agua y cal viva para obtener el nixtamal). Es una preparación de origen precolombino. Las tortillas se consumen para acompañar la comida.
Las tortillas nos acompañan desde hace más de 2,500 años.
Mi primera aventura fue con la preparación del terreno. La preparación del suelo, comienza por la limpieza. Y ahí estaba Marden, azadón en mano, quitando las malas hierbas y sudando como un condenado bajo un sol abrasador, acompañado con nubes de mosquitos molestos haciéndome la vida a cuadritos.
Fueron tres días que me parecieron años. Nunca había sentido tanta sed y hambre.
Al sentirme morir de cansancio e insolación estuve a punto de tirar la toalla, pero mi orgullo me lo impedía. Llegaba a casa rendidísimo. La cama me llamaba y yo, sumiso, le hacía caso.
Me decía: «Resignación, lo duro ya acaeció, lo que sigue no podrá ser peor». Y qué equivocado estaba. Me levantaron de madrugada, mochila al hombro partimos al cerro. Solo el camino me cansaba, para la familia estaba cerca, caminaban riendo, conversando y tan frescos. Yo, la vista al suelo, viendo las gotas de sudor inundando el sendero.
Por fin llegamos, vaciamos los sacos de composta, los distribuimos en forma pareja. Me asignaron las semillas y mi instrumento de siembra, un palo que terminaba con una pieza de hierro. «Tomá tu huisute», me dijeron. Ni en fotos había visto el huisute.
Nos formaron en una cuadrilla. Yo me sentía un guerrillero dispuesto a vencer.
«Abrís el hoyo con el huisute y tirás tres semillas en cada hoyo. Lo tapás con el pie y luego el siguiente hoyo», me indicaron. En la tarea presionaba el artefacto abriendo el hoyo, cogía las semillas y las tiraba hacia el agujero sin pulso alguno, las malditas semillas se rehusaban a caer en el hoyo. Con el pie las empujaba a su destino. Miraba con envidia cómo el resto avanzaba sin piedad, cada vez me retrasaba más y más. Cuando llegué a la mitad vi avergonzado que el grupo venía sembrando en sentido contrario, es decir, ya habían terminado su hilera y venían en su otra línea de retorno. Ni modo. Esa noche, en la cena, le sentí un sabor muy especial a las tortillas.