Una de las diatribas comunes por parte de los críticos del Gobierno del presidente Nayib Bukele en estos días cuando celebramos el bicentenario de la independencia es que la administración del Ejecutivo trabaja para implantar una dictadura en El Salvador. Dicho libelo es vociferado por grupos político-sociales y todos sus satélites que han ido perdiendo su histórica influencia en el Estado salvadoreño, la cual ejercieron durante décadas, siendo ARENA y el FMLN los últimos, más visibles y nocivos en ello.
Ese ataque, que unifica a los supuestos enemigos acérrimos entre sí de los años de la guerra civil, solo persigue el objetivo de hacer volver al poder a quienes desangraron al pueblo común que fue el que puso a casi todas las víctimas mortales del conflicto armado y luego lo espoliaron hasta el último centavo con privatizaciones, la dolarización, entre otras «estrategias de desarrollo».
En las elecciones de 2019 y 2021, el pueblo dio un giro de timón y puso en Casa Presidencial a Nayib Bukele y en la Asamblea Legislativa otorgó gran mayoría a Nuevas Ideas para que trabajaran juntos en pro de un verdadero desarrollo social, político y económico. Fue la mayor demostración de ejercicio democrático visto previo al bicentenario de independencia. Los salvadoreños no teníamos un ambiente tan esperanzador desde hace mucho. Algunos nunca lo habíamos experimentado.
Pero ahora, los supuestos amantes a ultranza de la democracia reniegan de sus anteriores discursos y echan mano de la diatriba de supuesta dictadura. Y no les importa caer en la hipocresía más grande de olvidarse del «patria sí, comunismo no» ni de «la tumba donde los rojos terminarán». Marchan juntos, se abrazan y hablan de volver a tomar las armas después de ver impotentes sus libelos. A la par, plumas inspiradas buscan darles soporte intelectual.
En un sistema democrático como el nuestro hay espacio para la protesta, el disenso, la crítica, la sátira, la burla e incluso el abuso del derecho a través de las ofensas… se leen todos los días en redes sociales. Paradójico es cómo algunos esgrimen discursos de la supuesta intolerancia, el bloqueo de información o violación de su derecho a la libre expresión, del que siguen haciendo uso a diario. Solo repiten el mismo estribillo desgastado, pues siguen convenciendo a más de alguno. Y si su voz no hace eco, echan mano de las viejas artimañas.
No es con actos vandálicos como los registrados el 15 de septiembre anterior en la capital contra la propiedad pública y privada, o el de ayer en el consulado en Long Island, como se va a convencer a los salvadoreños para que propicien otro giro de timón al pasado. Demasiadas escenas y sufrimiento hubo por 12 años de guerra como para querer volver.
En su discurso a la nación con motivo del bicentenario, el presidente de la república invitó a todos a participar en las próximas elecciones y, si así lo desean, generar otros cambios. ¿Qué más democracia se puede pedir cuando el mandatario en turno insta a elegir?
Los actuales detractores políticos, protegiéndose bajo el mismo paraguas en una alianza inaudita pero a la vez previsible, han llamado incluso a tomar de nuevo las armas, como lo evidencia un video tomado durante el desarrollo de las violentas marchas.
¿Querrá eso el soberano? ¿O preferirá consolidar los grandes cambios propiciados por el trabajo coordinado del Ejecutivo y el Legislativo a favor de la nación a través del Plan Control Territorial, ejecución de proyectos viales, entrega de alimentos, impulso a la agricultura, fortalecimiento del sector salud, apoyo educativo, defensa de los derechos de los consumidores, nuevas políticas de primera infancia, incursión del país en el escenario internacional, desarrollo turístico…? Lo sabremos en 2024. La invitación está hecha