Los partidos que se repartieron el poder durante 30 años han quedado reducidos a meros despojos, apenas las sombras de lo que una vez fueron, pero que ya no pudieron financiar debido a que el pueblo salvadoreño los sacó del Gobierno y los relegó a meros espacios representativos, sin capacidad real para incidir en la vida política nacional.
Con cuatro diputados en la Asamblea Legislativa, el FMLN es el instituto político más reducido, como castigo por dos gobiernos de abusos, despilfarro y corrupción descarada. Ni siquiera cuando compitió por primera vez después de dejar las montañas, al final del conflicto armado pactado con ARENA, tuvo un resultado electoral tan pequeño.
Claro, en ese momento tenía a un electorado engañado (que con los años aumentó, creyendo sus mentiras) con la representación del cambio, que traería justicia y combatiría la corrupción. El tiempo demostró que solo buscó enriquecer a la cúpula del partido, olvidándose incluso de sus bases, con dos presidentes prófugos y múltiples funcionarios huyendo de la justicia con millones de dólares bajo el brazo.
El colmo del FMLN es que aun con una bancada de cuatro diputados hay división, peleándose por las siglas históricas y la bandera.
ARENA, en cambio, con unos cuantos diputados más (mientras no renuncien por la decepción de pertenecer a ese partido), trata de avanzar olvidando su pasado, como si los salvadoreños no tuvieran siempre presentes sus actos de corrupción y de favorecimiento a las élites que los financiaban.
Tanta es la vergüenza de ARENA que la novedad en la llamada renovación es que no están usando los colores tradicionales de la bandera. Ahora aparecen uniformados con camisas blancas, sin los símbolos que tanto recuerdan el pasado paramilitar de sus fundadores.
Pero ¿es posible que con este acto de ilusionismo, cuales magos de feria, puedan convencer a alguien? Tienen la disyuntiva de utilizar la marca tradicional de ARENA o de intentar con algo nuevo. Al final, lo que hemos visto en los partidos tradicionales es que optan por lo viejo conocido y no se atreven a transformarse y cambiar. Lo mismo le pasó al FMLN. Ambos fueron incapaces de escuchar el clamor popular y gobernaron de espaldas al pueblo.
Por eso el pueblo buscó un nuevo instrumento político dirigido por un verdadero líder, el presidente Nayib Bukele. Ante un capital como este, poco pueden hacer partidos avergonzados de sus pasados y condenados a la irrelevancia por los ciudadanos.