Sir Francis Bacon decía que «el egoísta sería capaz de pegar fuego a la casa del vecino para hacer freír un huevo». Su expresión envuelve muy bien lo que ha pasado en nuestro país en los últimos 40 años.
La ambición de ocupar el poder, de no soltarlo, hizo que decenas de políticos antepusieran el interés propio al ajeno, al del pueblo, sin importarles el perjuicio que causaban. Incendiaron el país y las casas de sus adversarios para freír sus intereses. En esta fogata colocaron los ingredientes más fáciles de conseguir en la tienda de mercaderes: medios de comunicación, religiosos, jueces, magistrados, entre otros.
Esa vieja guardia política, cuando tuvo la oportunidad de resolver problemas por el bien de El Salvador, prefirió crear más caos; miraba la luz al final del túnel, pero mandaba a comprar un poco más de túnel. Fueron políticos que prometían construir un puente donde no había río.
En ese juego de poder, aún los empresarios no eran visibles en la política partidaria, pues el brazo comercial les fue suficiente para manosear las agendas editoriales de los medios de comunicación, pero sucedía cuando sus intereses estaban en juego, u ocupaban a sus «tanques de pensamiento» para incidir en las políticas gubernamentales.
Sin embargo, poco a poco, el empresariado se dedicó a ser otro jugador en la conducción de los institutos políticos. La delgada línea de no mezclarse, al menos públicamente, fue borrada. El Coena empresarial que salió con su cabeza entre «las patas» cuando su candidata Évelyn Jacir de Lovo perdió ante un completo desconocido efemelenista, era el reflejo de que el país había entrado en una nueva etapa.
Entonces, los medios de prensa aprendieron a aprovechar el pastel publicitario, mientras el periodismo perdía más. Lo que un día se consideró como «periodismo objetivo» pasó a ser objeto de uso del esquema de empresarios-políticos para sostener el poder, atacar al contrincante con el arma más poderosa: el rumor, ese que asesina reputaciones.
Desgraciadamente, la corrupción en los medios, las «mentas» y la supervivencia financiera desvirtuaron los nobles, urgentes y necesarios papales que en algún lugar del mundo aún existen, creo.
Desde entonces vemos con frecuencia cómo las injurias, las «fake news» y las calumnias, los delitos claramente tipificados en nuestras leyes se quedaron impunes, tapando con «libertad de expresión» el libertinaje carnicero.
Esta situación de los medios se agravó cuando inesperadamente el alcalde de un municipio pequeño pasó a ser el alcalde del municipio más representativo y, luego, llegó a ser presidente de la república.
No es malo que la prensa tenga poder, lo malo es que cuando ese poder se corrompe o se pervierte —como ha sucedido en nuestro país— busca alienar, frustrar y desinformar a la sociedad.
Varios medios salvadoreños se han dedicado a hacer apología del delito, a desprestigiar el liderazgo del país, incluso a ser financiados para hacer «vuelta al mundo» y vender falsedades en foros y en cuanta reunión se los invita. Obviamente tienen que justificarse ante sus ONG que los apadrinan.
Sin embargo, el pueblo salvadoreño sabe lo que hacen: ilusionismo, como el arte de manipular la realidad para generar efectos inexistentes y agenciarse un trofeo de caída de poder. ¿Qué lo demuestra? Sus propias encuestas, o las de instituciones que persiguen sus mismos intereses. Analicen los datos de la UFG, quiten el sesgo del instrumento manipulado de la UCA y verán la realidad de su credibilidad, ilusionistas.
La credibilidad que alguna vez gozaron la botaron de tajo al ser parte de la oposición ciega que buscar regresar al poder a toda costa, sin importarle la sangre del pueblo. Sigue luchando contra lo que los salvadoreños quieren y aprueban. Sus luchas son contra un país que ha recuperado la esperanza, los sueños y la seguridad.
Nayib Bukele no es un político que piensa en la próxima elección. Es el estadista que tiene su mirada en la próxima generación. Un patriota que está por encima de las mezquinas luchas e intrigas políticas, y que tiene la fijación de ganar las batallas por el bien de El Salvador, por la dignidad y la autoridad, incluso la de ustedes.
Rendirse queda descartado.