Daniel Ortega simuló una elección para garantizar un cuarto período consecutivo en el poder. Eliminó a la oposición enviando a la cárcel o al exilio a los verdaderos contendientes y luego se consiguió unos de papel para imprimir sus fotos en una papeleta en la que todos sabían de antemano que él sería el ganador.
Con pompa, anunció que más del 75 % de los votos fueron a favor suyo, aunque no ha aclarado cuántos votos fueron en realidad, porque los datos extraoficiales señalan un abstencionismo superior al 85 % del padrón electoral.
Desenmascarándose, el FMLN aplaudió la «fiesta democrática» de su partido gemelo, el FSLN, y al «comandante» Ortega. Esto no extraña para nada, sobre todo cuando pone de ejemplo democrático a la Cuba de un solo partido, el comunista, en el poder desde hace más de siete décadas y sin posibilidades de que haya disidencia alguna que no sea castigada con la cárcel o, como al principio del régimen, ante el pelotón de fusilamiento.
Pero el Frente tiene una enorme deuda con Nicaragua. No solo la de haber sido su base de operaciones durante el conflicto armado, el lugar donde podía guardar armas, dinero y sus cabecillas, así como pasársela bien mientras la tropa se enfrentaba al Ejército, sino porque ahora le ha dado la nacionalidad —así como a mafiosos, sicarios y terroristas— a sus expresidentes, Salvador Sánchez Cerén y Mauricio Funes. Este último, con gran orgullo, mostraba en redes sociales su voto, que, sin dudarlo, como todos los que le deben favores, fue por Ortega.
En un país donde los candidatos opositores han sido encarcelados para que no compitieran con Ortega, en donde las protestas se reprimen a fuego y plomo, sin importar que sea dentro de una iglesia, ahí el FMLN ve una «fiesta democrática». Sin embargo, pone el grito en el cielo y llama dictador al presidente Nayib Bukele porque ahora ha dejado fuera a los poderes fácticos que siguieron sin ningún cambio durante los 10 años de gobierno farabundista.
Si ahora existe la voluntad política y el valor de implementar cambios, ¿por qué tanto ataque? Realmente, el FMLN dejó de ser revolucionario y se dedicó a perseguir el poder. Una vez que lo perdió, debido al desencanto de una década de abusos y robos al erario, no hace más que añorarlo junto con los que se convirtieron en aliados de sus desmanes, la misma derecha que un día juró combatir, pero con la que terminó haciendo una pareja perversa.
Ahora son incapaces de denunciar que es en Nicaragua donde está la dictadura. En su lugar, la aplauden y suspiran angustiados porque ellos jamás tendrán eso en El Salvador.