Esta es la realidad del ser humano: nadie es digno, y por esta misma razón somos hermosamente perfectos. Nadie puede presumir de pureza ni santidad, todos hemos cometido fallas y poseemos debilidades; pero es esa misma circunstancia la que nos vuelve interesantes. El maestro Hermann Hesse solía decir: «Hay quienes se consideran perfectos, pero es solo porque exigen menos de sí mismos», la verdadera perfección está en aceptar su imperfección, es decir, nuestra dignidad no digna.
Cada situación requiere un análisis concienzudo, ya que muchas veces por perfeccionar terminamos empobreciendo lo que está bien. No se está fomentando la resignación, de ninguna manera, solo planteando una realidad trascendente: el ser humano en su imperfección dignifica la lucha para cada día ser mejor, él y su entorno. ¡Vaya veracidad planteada! Hasta cuándo la persona humana comprenderá que su no dignidad radica en que su imperfección lo vuelve perfecto.
Empero, para combatir las sombras de la desesperanza es de menester reconocer la humanidad como algo frágil y, al mismo tiempo, potencial; no hay mecanismo más extraordinario que el mamífero superior (persona), la variedad humana como especie orgánica debe
ser precisada bajo lo que compartimos con los demás reinos, y lo que nos discrepa de otras especies. Entonces, solo reconociendo esta realidad se puede alcanzar la comprensión de la grandeza humana.
De tal suerte, tal como expresó el maestro Nietzsche: «La esperanza es el peor de los males, pues prolonga el tormento del hombre». No tengas esperanza en ser perfecto o santo, ten comprensión que tu no dignidad y tu imperfección te vuelven ese ser sabio y dispuesto a vivir y morir bajo tus propios ideales. Atesora como nada tu no dignidad, pues en ella se concentra la sustancia más extraña y trascendente de este universo, la dignidad de no ser digno.
Por tanto, perpetúa tu curiosidad intelectual como negación de todos los dogmas que merman la potencia propulsora del emancipado examen de conciencia.
Se deja de ser hombre en la medida que se pierde la aptitud para tachar lo apergaminado. La subsistencia humana simboliza, ante todo, esa ecuación entre lo que se es, lo que se debe ser y lo que se ha de aceptar como realidad y valentía.
Recuerda que ya eres lo que debes ser, no vulgarices la vida y su belleza, al transformar lo bueno por lo perfecto, esa tosquedad que la sociedad y sus moralidades inidóneas ha enseñado, transfigura el amar en apocamiento, la sensatez en cobardía, la jactancia en
inmodestia, el acato juicioso en vileza.
Despunta aceptando tu humanidad, tu no dignidad, en el mérito más excelso jamás visto, el de ser ante todo tú.